Nota: Queridos amigos, cuando yo era muy joven, estudiante universitario, lleno de ilusiones y falto de dinero, me enamoré de una bella chica. Ella, lo digo sin presunción no me miraba con malos ojos. Sin embargo la vida es cruel, por azares del destino la perdimos y cuando escribo la perdimos me refiero a sus familiares y a mí. Desapreció de la luz de la existencia para sumirse en la negrura de la nada. Ahora en mi invierno aún la recuerdo y en su memoria la evoco en el siguiente poema.
A aquella chiquilla
—de un pueblo perdido—
de alma gigante, errante, que
sólo vivió, vivió, vivió . . .
y también murió.
Dicen que morir es empezar a vivir . . .
Pero. . . ¿Lo creo?
Héctor
El amor duele
cuando interviene la muerte,
el viento frío de la muerte
comienza a bañar blandamente
la vitalidad de nuestros cuerpos
y, la nieve de tus cabellos
se derramaba triste
en el invierno de tu rostro
cuando estabas tendida.
—Siento frio—
¡Ah, la muerte!
No, no es el viento
¡Ah presentimiento sensación de nada!
Tus lagos verdes, calmos . . .
más que calmos
congelados ojos
el tiempo aprovecho tu cuerpo
lo poseyó, lo machaco, lo destruyó . . .
el tiempo . . . imbécil tiempo . . .
El cántico del viento
al contacto con las casas,
el quejido de las hojas
estremecen mi alma,
la confunden, la abandonan.
Estoy solo
mi alma sola.
¡Qué sensación tan triste el abandono!
vida triste,
triste muerte,
triste,
triste . . . todo.
|