Autor ASMODEUS
¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti.
Hola amigos:
Mi nombre es Asmodeus, intrigante y divertido apelativo, que aparece en varios libros: el libro de Tobías, en el Talmud, y en los tratados de demonología, escritos por ese ser insignificante que es el hombre, mejor dicho los humanos. Sin embargo yo he existido siempre, a veces me confunden con mis amigos: Baco, Loki y varios más. Ahora para hacerme más interesante me voy a transformar en un aprendiz de escritor, claro yo tengo la ventaja de que no debo vender mi alma, ¿Cuál alma?
En fin, debo ser breve, tengo un amigo médico. Por cierto estos profesionistas me caen bien, pues son mis seguidores aunque ellos no lo sepan. Les decía que este camarada me contó una divertida historia con un final feliz como los que me gustan, no del tipo hollywoodense, alambicado y cursi, sino real, de esos que dejan un buen sabor de boca. Pero ya me estoy alargando mucho y como aconseja otro de mis prosélitos, el filósofo Descartes, mis frases deben ser claras y sencillas. Al grano y sin rodeos, la historia la intitulé “Mi compadre el cacarizo”, aclaro es compadre del galeno, no mío.
La historia transcurre en un pequeño y risueño pueblo al pie del volcán Popocatepétl (don Goyo) en el Estado Mexicano de Puebla. En este lugar reina el señor Cura del lugar y en las casas existe invariablemente un letrero: “En esta casa somos católicos. No admitimos propaganda protestante”. ¡Imagínense! Si a los hermanos separados no los admiten, que nos espera a los pingos simpáticos como yo. Los que aspiran a ganar el cielo son más papistas que el Papa. Sin embargo, el ser humano necesita del pecado, es parte integrante de su felicidad.
El protagonista de la historia voy a decirlo sin tapujos. Decir las cosas sin tapujos es decirlas bien. El hombre es un lenón. Regentea un burdel; trafica con mujeres. El burdel está en la zona de tolerancia; se llama Los placeres de Nerón y abarca también una pulquería de reconocido prestigio. La zona de tolerancia es pobre, pues el pueblo es pequeño. Tan pequeño es que “el sector pecaminoso” —así la llama la revista eclesial— está a unas cuantas cuadras de la iglesia Parroquial.
El físico del dueño de la pulquería y de la mancebía es atlético, pero su cara está llena de hoyos, secuelas de una varicela y de un acné exacerbado de adolescente, por eso le apodan “El cacarizo”. Una de las pupilas de su negocio lo describió como “feo pero interesante”. Se ocupa, desde luego, en sus tareas de lenón. De las 9 de la noche hasta las 2 de la madrugada atiende a la erizada clientela de su establecimiento; por decir, casi todos los caballeros de la localidad; dirime los pleitos entre las mujeres; sirve las cervezas, el acreditado pulque y las copas en la barra de la cantina; y cobra por las bebidas y por todo lo demás. Luego, de descansar un rato, a las 8 en punto abre la pulquería.
Es cínico el lenón pulquero. Pero es también agradecido. A tres personajes no les cobra: al Delegado Ejidal, que lo libró de ir a la cárcel después de un infortunado suceso de sangre en su negocio; al señor Cura por eso de la salvación de las almas, desde luego las muchachas que atienden a estos señores no están muy de acuerdo de ofrecer de a gratis sus servicios, aunque el buen sacerdote les da estampitas de la virgen; al médico del pueblo (su compadre de botella), que se encarga de los servicios médicos que son bastante frecuentes en las chicas del negocio. El negociante en carne humana aunque de buen carácter, por su fealdad, nunca se casó. Tiene si, una mujer. La conoció en los ires y venires de su negocio, pues a lo mismo se dedicaba ella. Ya no se dedica a eso, claro, pero lo ayuda en el establecimiento. La gente de cariño le apoda “la Cacariza”, aunque su cara está limpia, aún bella pero ajada por las vicisitudes difíciles en la vida de una mujer fácil. Es ella la que se ocupa de cuidar a las muchachas, atenderlas cuando se ponen malas, remediar sus necesidades, oír sus quejas y quebrantos…
Yo como narrador ya me estoy extendiendo demasiado y me vuelvo cursi y sentimental (¡qué quieren! Se contagia uno de las telenovelas venezolanas y sobre todo de las mexicanas), así que voy a los hechos. La Cacariza se enfermó, dolores intensos en el abdomen. Su amigo, el médico, la examina, le manda exámenes y llega a la conclusión de que padece una enfermedad terminal. “No es posible —dice él, consternado y piensa: mi compadre como médico de pueblo ya se empolvó—. Vamos a la capital”. Y a la capital la lleva, al mejor hospital. El diagnóstico anterior era acertado. Su compañera va a morir sin remedio.
Los doctores le han dicho a él, aparte, que a la señora le quedan unos pocos meses de vida. Que sufrirá dolores terribles y una agonía sólo tolerable a base de fuertes drogas. Él le dice a ella lo que va a pasar. Nunca le oculta nada. Regresan a su casa, y al otro día amanecen muertos los dos, en la cocina.
Yo les prometí a Ustedes, amables lectores, un final feliz. Y aquí lo tienen. Como buen demonio soy presumido y quisiera atribuirme el mérito de que gracias a mi intervención en el pensamiento de ambos se les ocurrió terminar. Pero como dijo mi compa Sócrates “soy más amigo de la verdad” y ésta es que yo no tuve nada que ver. Ellos cerraron las puertas y ventanas, taparon con lienzos y periódicos todas las hendiduras, abrieron el gas de la estufa y han muerto. Ella no quiso sufrir ni hacerlo sufrir a él. Por su parte él no quiso que ella se fuera sola, ni quiso quedarse solo él.
Amigos como dijo un inquilino mío, Mark Twain: “Me gusta el cielo por su clima, pero prefiero el infierno por su ambiente social”, en la dimensión desconocida los espera su seguro servidor: Asmodeus.
|