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La última función
Me vuelvo a pintar los labios para ocultar mi rostro desfigurado, he convertido en una pantomima mis reflejos. Sigo ocultándome para sobrevivir de migajas, la función está a punto de comenzar, nadie nota mis lágrimas negras que se hunden en los abismos de mi olvido. Tengo que reconstruir cada función los pedazos de mi sonrisa. Los esfuerzos que hago por ponerme de pide me atormentan con cada movimiento. Un pequeño número de desconocidos ríen sin rostro ante mis escuálidos gestos.

Sueño, suspiros, soledad, los dedos fríos han cobrado vida propia y empiezan a dibujar el contorno de mis sueños. Tengo miedo de quitarme el maquillaje, siento que al hacerlo mi piel se desprenda con él; he olvidado mi propio rostro y cada noche vuelvo a reír con aires de felicidad, una felicidad que vive de mentiras. Siempre ha sido así desde que mis memorias aprendieron a volar, el tiempo se desvaneció, las ilusiones son realidades que nadie escucha con sinceridad. Ahora todo concluirá; la noche de mi despedida está llena de gritos vacios y aplausos rotos. Salgo al escenario con el mismo dolor de siempre, la misma rutina precede a mi acto final.

Los momentos pueden resultar eternos cuando vez lo que no esperabas, lo que no imaginabas, todo se rompe, se escucha el vacio interminable de las luces, se cicatriza los segundos, uno a uno antes de morir besan en los labios a la eternidad. Después de verla, la imaginación deja sus daños en los parpados de la realidad. Un segundo trae en sus espaldas la idea más extraña que me hubiera asaltado y también la más hermosa.

La observo con mis viejos planes quebrantados, nadie logra escuchar mis pasos húmedos tras el callejón hecho de humo y noche. Mi corazón se ha llenado de sangre otra vez. Con un movimiento certero abro camino entre su piel y el aire. Antes de que nadie se entere, tomo mi trofeo, aquel que me hizo cambiar de opinión en mi presumible última función.

Una mejor forma de pintar una sonrisa. Sigo dándole forma, me lleno de la felicidad de una desconocida. Uno a uno voy uniendo los hilos a mi piel. Un homenaje eterno se presente ante los espejos inmortales, una vez más salgo a escena. Miradas silenciosas esculpen sus temores con gran determinación. Mi rostro puede ahora tener forma.
Parpadeos incomprendidos se antojan de temor, los silencios esculpen la intriga entre sus fauces, sonidos mudos hacen el preludio de la gran opera de gritos enmarcadas majestuosamente por la multitud deforme de horror. Me acerco con cautela. Las luces se apagan con mi última risa el telón baja por última vez y antes de sepultarme tras sus hilos, reverencio al publico por su gran ovación.

Texto agregado el 18-05-2015, y leído por 175 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-05-2015 Un texto que parece llevarnos por el callejón sin salida de la melancolía. Es habitual en las personas que están en contacto íntimo con su alma, percibir esta sensación de estar deambulando sin piel. De pronto, la vida, y el amor por ella asoma, tímido, para de a poco ir iluminándo los pensamientos, hasta hace un rato sombrío. Esto es parte del milagro de estar vivo. -preciosa-
 
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