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Antiguamente el hombre vivía en una cueva y debía salir a cazar para sobrevivir, en la actualidad las casas y edificios se convirtieron en sitios ideales para un hogar, reflexionaba viendo una pared rocosa con miles de años de antigüedad.

Y es que se hallaba viviendo en una cueva, ahora, donde construyó su nuevo hogar porque su casa había sido destruida por causas que aún se investigan, restos de un meteorito o un misil.

Se mudó a una cueva y empezó por el principio, con sus manos trabajó la madera para hacerse una silla y una mesita, también una cama lo que le llevó más tiempo, con un palo y un trapo viejo se hizo una antorcha, con unas hojas y ramas el fuego para cocinar.

Dentro de la cueva había agua, y como a veces sentía frío la piel de un ciervo le sirvió como abrigo. Comer de la carne del venado le proveyó de vitaminas y minerales necesarios, a veces debía cazar otros animales, se resistía a comer bichos.
Con esmero había hecho de su huerto un pequeño terreno cultivado de relucientes verduras. No debía preocuparse por las tormentas, ni los embates climáticos.

Extrañaba la vida en la ciudad, y lo que recordaba como ciudad, ya no existía. Ahora, las cuevas eran hogares, y ya no existían casas ni edificios.
Una noche que sentía mucha hambre, escuchó un chillido que despertó su atención, se escondió y al ratito lo vio descender y pudo atraparlo con la piel del ciervo, lo pisoteo y al sacarlo arrancó su cuello y la sangre del animal le salpicó los labios y el pelo.
Saboreó la sangre del murciélago y le gustó, entonces extrajo la sangre del mamífero en un cuenco, y la saboreó hasta la última gota, para terminar el ritual restregó sus restos por cada centímetro de su cuerpo desnudo.

No podía explicar porque empezó a sentir esa fascinación tan extraña. Desde esa noche buscó desesperadamente alimentarse con sangre de murciélagos y comer su carne.

Más allá de agregar murciélagos a su dieta, por lo demás, sus hábitos eran los de siempre en la cueva. Soñaba con salir algún día de la cueva, lamentablemente el mundo afuera no era el de antes. El impedimento mayor era la furia de una naturaleza cada vez más hostil: de frío extremo cambiaba a verano extremo, los vientos huracanados, los tornados gigantescos eran cosa de todos los días, los tsunamis, terremotos, erupciones de volcanes y un sinfín de catástrofes. Un clima despiadado no apto para sobrevivir a la intemperie. Sobrevivir fuera de la cueva más de una hora era imposible.

La cueva era confortable y las catástrofes no le afectaban, dentro de ella aún se podía respirar, y los animales se refugiaban en ella. Podía pasar años en ese confortable lugar, y un buen día cuando la madre tierra vuelva a ser habitable por humanos salir de ella. El clima afuera parecía calmo pero tuvo que empezar el apocalipsis con su furia, y todo enloqueció nuevamente para peor.

Una noche alguien llamó haciendo palmas a la entrada de la cueva y preguntó: -¿Hay alguien en casa? ¿Esta cueva está habitada?
El, al verla, sintió las campanas del amor repiqueteando en su corazón, y ver la despampanante belleza de esa mujer le derretía un hielo en su boca. Le preguntó cómo se llamaba, se presentaron y charlaron. No podía creer estar viendo una mujer después de tanto tiempo. Ella era joven y tenía la ropa mojada y se sentía enferma, le contó que pasó un mes encerrada en un sótano, que su casa salió volando con un huracán, y ella salió y corrió a la cueva más cercana. El la invitó a acercarse al fuego, ella accedió y se quitó la ropa. Él se quitó la piel de venado. Se estudiaban con la mirada. Se pusieron en pie y ya no aguantaron más, de las miradas pasaron a los besos apasionados y al amor más salvaje. Se apretaban con violencia como si sus almas hubieran pasado miles de años ansiando ese momento carnal y espiritual de goce extremo, ella era insaciable.

Descansaban uno al lado del otro, ella le acarició la mejilla y le dijo: amor, te obsequio este dulce. Él la miró, y miró la golosina. Sintió una ternura infinita, mágica. Le agradeció y le dio un beso en sus labios. Le dijo que el dulce era su único remedio. Aunque ambos añoran vivir en el mundo exterior, afuera es la imagen de la devastación total, se tienen el uno al otro, y pasan los días juntos, a ella también le gusta la sangre de murciélago y aprendió a ser feliz en la cueva, actualmente conviven dos o tres más que entraron a la cueva en busca de refugio.

Texto agregado el 15-05-2015, y leído por 262 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
01-04-2017 Mezcla de Robinson, de gente de los inicios del hombre y de personas actuales que finaliza en una historia de amor. filiberto
16-05-2015 Me gustó como las otras cuatro versiones pero no diré cual me gustó más :P . Sólo una corrección , el murciélago es un mamífero no un ave . autumn_cedar
16-05-2015 Me gusto mucho! Muy bueno! Invierno
16-05-2015 Muy bueno!! Pero creo que me dio hambre Holis
15-05-2015 Ameno relato.UN ABRAZO. GAFER
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