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Inicio / Cuenteros Locales / gcarvajal / EL LADO OSCURO DEL AMOR - Capitulo XV

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Durante toda su vida Daniel había conocido muchas corrientes de pensamiento, filosofías y doctrinas y de una manera anárquica tomó de ellas lo que le convenía y desechó lo que en cualquier forma lo cuestionara. Dentro de ese proceso tuvo la oportunidad de leer algunos libros acerca de los ángeles y de ellos extrajo dos enseñanzas.
La primera, que los ángeles eran seres reales que convivían con las personas para prestarles toda clase de servicios que ellos necesitaran con tan solo pedirlos en voz alta y la segunda, como complemento de la primera, el inmenso poder que tenían todas las personas para convertir en realidad esos deseos, con solo mencionarlos en voz alta para que fueran escuchados por los ángeles y así los facilitaran y que la mayoría de las personas no utilizaban ese poder por desconocimiento.
De allí había surgido con un poco de escepticismo un experimento que se transformó en el hábito de repetirse todas las mañanas la frase «Tendré una vida saludable, hasta mi último día de vida» con la esperanza de que ese pedido le permitiría mantener una larga y saludable vida, como en efecto se cumplió con exactitud, pero también con la salvedad de que la frase no incluía la palabra «larga» para referirse a la vida, lo que se materializó textualmente de acuerdo a su declaración diaria de mantener una vida saludable hasta el último día de vida, pero que no le permitió llegar hasta la vejez, porque nunca pidió que así fuera.
Un día mientras continuaba buscando alguna familia de apellido Gamba que tuviera algún miembro con los ojos verdes, recibió un claro mensaje: «Daniel, si estuvieras aquí». Era una exclamación matizada de nostalgia de su amigo Horacio e inmediatamente estuvo en el sitio en que se encontraba su amigo, un campamento petrolero en medio de la selva de Gabón.
Horacio se encontraba en una casa móvil, donde vivía con Patricia, la hija del «Loco Gamba», quien trabajaba en ese campo petrolero, haciendo un trabajo que aún para los hombres resultaba demasiado pesado, en medio de un calor infernal que en el día podía superar con facilidad los cuarenta y cinco grados centígrados y en la noche no bajaba de treinta y cinco.
Había llegado hasta ese lugar hacía una semana, después de un tortuoso viaje de casi un año que lo había llevado desde Panamá, por Canadá y Francia, hasta Argelia, Nigeria y Camerún, rumbo a Gabón.
Finalmente Daniel había dado con el paradero de Horacio, que era el paso preliminar para poder tratar de hacer contacto con él, pero se le presentó una nueva dificultad.
El procedimiento para poder establecer ese contacto requería de la voluntad de ambas partes. Es decir que no bastaba con que Daniel estuviera en el sitio en que se encontraba Horacio, sino que además se requería de la recíproca voluntad para poder conseguirlo y de momento Horacio se encontraba muy cansado de ese extenuante viaje, al que una vez que emprendió no pudo dar marcha atrás, como le ocurría a una persona que se lanzaba a cruzar un caudaloso río nadando que cuando se encontraba en la mitad, presa de la corriente y sentía que lo abandonaban las fuerzas le era imposible regresar y solo le quedaba seguir adelante o sucumbir, como efectivamente le había ocurrido a Horacio que en muchas partes de su viaje, se había arrepentido de haberlo iniciado.
No obstante siempre su determinación había sido mayor, por el temor consciente que le causaba claudicar cualquier proyecto importante que emprendiera en su vida por ese mecanismo de desistencia que nunca había podido superar satisfactoriamente, motivándolo para vencer con estoicismo todas las dificultades que se le presentaron durante su penoso viaje.
Mientras tanto Daniel hacía toda clase de esfuerzos por llamar la atención de Horacio, cambiándole cosas de lugar o moviéndolas para desequilibrarlas y que se cayeran produciendo ruidos, con la esperanza de que Horacio sintiera su presencia y recordara el propósito de tratar de comunicarse que una vez se habían propuesto, siempre con la certidumbre de que el tiempo se le iba terminando.
Daniel no podía tocar físicamente los objetos pues no era un ente material, pero con la sola voluntad de mover algo, podía hacerlo al igual que la capacidad que tenia de cambiar de ubicuidad.

Texto agregado el 15-05-2015, y leído por 159 visitantes. (9 votos)


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