La monja estaba saliendo de la iglesia. Ya ha terminado con sus deberes del día en la iglesia. Estaba exhausta, pero satisfecha. Así es cuando se empieza, antes de que se vuelva una monótona rutina. Estaba recién salida del monasterio. Joven, bella, de buen físico, nadie podía creer que una mujer así haya decidido convertirse en monja en vez de aprovechar lo que tenía; pero bueno, cada quien es libre de escoger en su vida lo que mejor le parezca.
El cielo se estaba oscureciendo, parecía que llovería. Bajaba las últimas gradas de la iglesia cuando vio en una esquina de la acera aun hombre que se acercaba caminando, tambaleándose y con una botella en la mano izquierda. Llevaba, además, un cinturón de herramientas. La monja estaba indecisa. No sabía si caminar como si nada o esperar a que el borracho se fuera. Por fin decidió seguir su camino sin prestarle atención. Pero cuando estaba a punto de dar su primer paso, el borracho se le acercó.
-Hola hermosura.
La monja hizo como si no hubiera escuchado nada y siguió su marcha. Pero cuando se iba a alejar el borracho la jaló del brazo.
-¿Qué hace… -hip- una belleza como tú –hip- en la iglesia con un padre –hip- cuando puedes estar con un galán –hip- como yo?
La acercó a su cuerpo empujándole la parte baja de su espalda. Sus rostros quedaron muy cerca. Podía oler su horrible aliento a alcohol.
-Vamos –hip- dame un beso.
-Señor, le pido por favor que me deje ir.
Trató de alejarlo con sus brazos pero el la acercó más.
-Vamos –hip-, no te resistas a mis encantos.
-Señor, ya le dije que me deje ir.
Dicho esto lo apartó de si. Ya estaba por irse, cuando el borracho la jaló con violencia.
-¡Mira idiota –dijo enojado-, a mí nadie me dice que no. Ahora bésame antes que te golpee!
-De acuerdo, de acuerdo. Cierra tus ojos.
-Eso –hip-, así me gusta.
El borracho cerró sus ojos y acercó sus labios. Ella le dio una fuerte cachetada en el rostro.
-¡Au!
La monja aprovechó para huir a un lugar que consideraba seguro: la iglesia. Subió corriendo las escaleras y cerró la puerta con llave. Ahora estaba segura.
El borracho se recuperó del golpe. Estaba furioso.
-¡A mí ninguna monja idiota me toca!
Corrió hacia la puerta de la iglesia y la trató de abrir. No pudo.
-¡Malditas sea!
Sacó de su cinturón de herramientas un martillo y empezó a golpear la cerradura hasta que la rompió. Abrió la puerta de una patada.
La monja se espantó. Vio como el borracho se acercaba tambaleándose hacia ella. Sus ojos parecían que se lanzaban chispas. Parecían que la asesinaban de la peor manera posible. Parecía un demonio. Ella corrió lejos de él.
-Puedes correr… ¡pero no esconderte!
La monja recorrió cada rincón de la iglesia buscando un lugar para esconderse. Terminó en un pasillo sin salida. Se acercó a la pared y puso su espalda contra ella. Respiraba agitada.
-Vamos… cálmate… todo estará bien… está demasiado ebrio como para…
Se oyeron unos pasos. El borracho apareció enojado en el pasillo. Al ver a la monja acorralada hizo una macabra sonrisa. Comenzó a acercarse lentamente, golpeando
suavemente la punta del martillo con su palma izquierda.
-Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?
-Por favor señor, ¡tenga piedad!
-Parece que tenemos a una monja que se ha portado muy mal.
-No señor, por favor, ¡misericordia!
-¿Y qué se les hace a las monjas que se portan así?
-Por favor señor, ¡se lo suplico! –empezaron a salirle lágrimas. El borracho estaba a pocos metros de ella.
-¡Ah si, se les castiga! –levantó el martillo al aire. La monja se lanzó a sus pies, llorando a cántaros.
-¡No señor, no me haga daño, por favor, le daré el beso!
-Creo que ya es muy tarde para eso.
El borracho empezó a golpear a la monja con el martillo. Una, dos, tres, quince veces. Los golpes no paraban de llover sobre su cabeza. Y lo hizo de una manera tan descomunal que, literalmente, fragmentos del cráneo salían volando. Dejó descubierto su cerebro. Al verlo le entró más furia y lo golpeó hasta que quedó completamente plano. Una gota de sudor recorrió su frente. La secó con su mano izquierda. Miró con frialdad el cuerpo de la monja. La sangre corría como un río por el piso, formando un pequeño camino.
Quiso seguirla golpeando, pero algo lo paralizó. Quiso moverse, pero no podía. Un horrible escalofrío recorrió todo su cuerpo erizándole sus poros. Sintió una presencia detrás de él que le heló la espalda. Su corazón latía tan rápido que parecía que explotaría. Un sudor más frío que el hielo le salía de todas partes. Se volteó.
Había un gato negro que lo observaba mientras movía su cola.
-¿Qué es lo que –hip- ves?
-Miau.
-¿No vas –hip- a decirme?
-Miau.
-¡Responde!
El borracho lo amenazó con el martillo. El gato le gruñó y salió corriendo.
-¡Vuelve aquí estúpido!
El borracho corrió tras él, pero se resbaló con el camino de sangre, la cual aún salía de la cabeza de la monja. Cayó al suelo. El martillo lo tiró al aire y, como si fuera impulsado por una fuerza sobrenatural, cayó con una brutal fuerza y velocidad contra su cabeza, quebrándosela. Justo castigo por su atroz crimen.
FIN |