Bran, la espada
Apareció en la mitad de la plaza, con su espada clavada en el corazón. El general de todos los ejércitos, que gloriosamente había expandido a su pueblo a límites antes insospechados, había muerto, a pesar de poseer el arma imbatible: Bran. Bran es la espada del general, verla cegaba y un roce suyo era la muerte. Contaba la leyenda que fue forjada por el mismísimo diablo, pero ahora yo contaré la verdad de Bran. En los Tiempos Oscuros el mundo era regido por los Tres Grandes, que eran magos que suministraban justicia, y ordenaban al pueblo procurando su bienestar. Los Tres Grandes, que eran anteriores a los Tiempos Oscuros, tenían conocimientos que superaban la genialidad, y podían realizar cualquier tipo de prodigio, como resucitar muertos, andar sobre el agua y ver el futuro. Pero un mago, deseando ejercer el poder sobre el mundo, ideo una estratagema, conociendo la debilidad de los hombres. Mandó a los hábiles duendes forjar una espada magnífica, la más bella de todos los mandobles, una hoja recta de un solo filo, pulido como un espejo, con empuñadura de marfil, rematado en acero templado y engalanada de oro. Y el mago le confirió el poder de la victoria, y la insaciabilidad.
Un día de verano, siendo mediodía, el mago si situó en la frontera entre dos reinos, clavó la espada en el suelo, hasta la empuñadura, y gritó:
-La espada se la regalo a quién pueda arrancarla del suelo, y le hará invencible en la batalla.
Los dos reyes fueron informados del suceso, y estaban ansiosos por poseer ese maravilloso objeto, de forma que ordenaron a sus ejércitos ir a por la espada.
Durante cien años la lucha entre los dos reinos fue cruel, mortífera, y los planes al mago le salieron mejor de lo que él pensó en su momento. Los hombres empezaron a traicionar a sus reyes, e intentar por si mismos conseguir aquella arma, llegando a asesinar padres a hijos, e hijos a padres. Ya no se entendía de familia y los vínculos, antes fuertes como el acero, con los ancestros, las costumbres y la tierra se diluyeron como una gota de tinta en el mar. Murieron los dos primeros reyes, y sus sucesores, y los sucesores de los sucesores, hasta los traidores también morían. Cinco generaciones después, En una casa rota donde el hijo mayor, de apenas 17 años había asesinado a su padre, el pequeño, de diez años, desconsolado pedía:
-¿Hasta cuándo durará la guerra? ¿Conoceré la paz?
El muchacho, cuyo nombre es Pray, conmovió a los otros dos magos, que durante más de cien años no pudieron evitar la guerra, e, incluso, sus vidas peligraban. Salieron de su escondite, y andando se dirigieron a la casa de Pray.
-Muchacho, ve a la espada y arráncala.
-Yo solo soy un niño.-Replicó Pray.
-Te daremos fuerzas. Tú eres nuestra esperanza, aquel que superará la voluntad de la espada y, en verdad, vencerás porque serás tu mismo y en paz descansarás.
-No entiendo nada.
-No te preocupes- dijo el otro mago- tu coge la espada.
El niño salió fuera de su casa, y atravesó lo que antes era su reino hasta llegar a la frontera. La espada seguía impasible e impoluta a pesar del tiempo.
Pray puso sus manos, y agarrando fuerte tiró hacia si, y un terrible ruido, como truenos, surgieron de la hoja, pero Pray, animado por los magos, no dudó y logró sacarla entera. Los frentes situados miraron con asombro a aquel chiquillo, y los generales mandaron a apresarlo, matarlo, lo que sea por conseguir aquella espada. Un mercenario de unos dos metros se acercaba por detrás, con la espada en alto, Bran, repentina, trazando un arco perfecto de abajo a arriba, degolló al gigante. Cualquiera que osase amenazar a Pray y acercarse moría. Bran se movía sola. Enviaron un pelotón, y Bran de cuatro movimientos se libró. Al final Pray estaba riendo, retando dijo con la espada en alto:
-¿Quién se atreve?
-¿Hemos hecho bien en liberar la espada? Yo creo que en manos de ese chiquillo, el poder desatado es enorme.- Dudaba uno de los magos que había ayudado a Pray a sacar la espada.
Bran se ganó la confianza del chico, que durante los siguientes veinte años le llevó de triunfo en triunfo. No había pueblo que se pudiera resistir, ni general que venciera el deslumbre cegador de Bran. Medio mundo conocido estaba bajo el yugo de Pray, que imponía su ley, y ésta era dictada por el mago desertor que se relamía por el placer que proporciona creerse superior. Pero el traidor tenía una sorpresa reservada.
-En la capital, el pueblo se ha alzado.- Informó un oficial a Pray.
-¿Quién se atreve?- Preguntó Pray, riéndose como hace veinte años, acariciando su preciosa espada. –Regresemos a la capital, y sofoquemos el intento de golpe.
El grueso del ejército, con Pray a la cabeza, entró en Roswaburgo por el acceso norte, y se pudo observar que el fuego se comía la ciudad, que las dos torres que delimitaban la ciudad estaban derruidas. Y no fueron recibidos con alegría, sino con una lluvia de flechas, piedras, y variedad de objetos, incluso un zapato. Desenvainó Pray a Bran, que en alto, el reflejo iluminaba la calle, y valiente se dirigía al centro, donde el cabecilla de la rebelión le esperaba.
-Tray, ¿tú eres el traidor? ¿Mi propio hermano se subleva?- Preguntó extrañado Pray.
-Hermano, no estoy en contra tuya, sino de Bran. Te ha comido tu voluntad, y el pueblo ya está cansado de lucha, de tantas batallas por esa maldita espada. –Justificó Tray.
-Tú mataste a nuestro padre, ¿lo has olvidado? También querías poseer esta espada.
-Pray, me duele el corazón y me corroe la conciencia todos los días. Ya comprendo lo que se pretendía con Bran. El mago domina el mundo, y nosotros morimos. Tú no eres Pray, eres una extensión de Bran, el brazo asesino del traidor. Recupera tu dignidad, suelta esa espada, y serás un hombre libre, y nos librarás de la guerra a todos. Estamos hartos, llevamos más de cien años peleando.
Bran empezó a moverse, a pesar de intentar Pray pararla, sin que Tray hiciera movimiento alguno. Tray no quería atacar a Pray, pero Bran se blandió y atacó. Tray pudo esquivar el primer envite. Pray no podía abrir la mano y soltar la espada.
-Hermano, estas en lo cierto. Me domina.
En ese momento recordó como murió su padre, y la pena causada. El dolor. En un esfuerzo sobrehumano, giró la mano, y se clavó la espada en el pecho. Ya la soltó, ya era libre y Pray por fin conoció la paz. |