Sobre minorías y mayorías
MARADONA VERSUS BORGES
Por Orlando MAZEYRA GUILLÉN
Es muy cierto que la cultura parece estar condenada a ser patrimonio de abrumadoras minorías. Pero, si uno se olvida de esto, puede caer en la tentación de preguntarse si ¿habrán alguna vez fabulado, con esa prodigiosa capacidad ficcional que los inmortalizó, Cervantes, Shakespeare o Dostoievski, un mundo en el que el arte de los 'pies' subyugue al arte de la 'testa'?
El grandilocuente efecto Maradona -que, como en otras ocasiones similares, tuvo en vilo a todo el planeta hace unos meses- no hace más que confirmar que en estos tiempos de la globalización (o, como diría el escritor uruguayo Eduardo Galeano, de 'la bobalización') importa más lo que hacen, o dejan de hacer, los inagotables y desechables ídolos de barro, que nuestros maltratados e ignorados intelectuales de carne y hueso que profundizan y sostienen la cultura del planeta.
Todos sabemos cómo la Argentina arropó a su máximo referente futbolístico y, en contrapartida, nos sorprende la brutal indiferencia a la que fue sometido, cuasi de por vida, el inigualable Jorge Luis Borges (que tuvo que esperar el reconocimiento del Viejo Mundo para no morir en el olvido. Y que, dicho sea de paso, era un insobornable enemigo del fútbol).
¿No es acaso desconcertante que Maradona sea más famoso que Borges o Cortázar? Es incomparable, también, la fama del goleador madrileño Raúl González con la del autor de El Quijote, y ni qué comentar de Beckham (que es todo un éxito editorial en todo el planeta con su autobiografía... Muchos de sus acérrimos lectores tal vez no ojearon nunca a Charles Dickens o al mismo Shakespeare: ¿cosas del fútbol?).
Durante el mundial que consagró a Diego Armando Maradona como el mejor futbolista del mundo (México '86), le preguntaron a Mario Vargas Llosa, qué era Maradona. Nuestro más prestigioso intelectual, respondió: "Es una de esas deidades vivientes que los hombres crean para adorarse en ellas". Cabría preguntarnos quién tiene más culpa: el fetiche fabricado por el pueblo o, quizás, los fetichistas mediáticos que, sometidos por la parafernalia de los medios, lo elevan a las cimas inalcanzables.
El propio Mario Vargas Llosa, afirma: “Me gusta el fútbol por mí mismo, no por razones colectivas”. Él descalifica abiertamente ese gregarismo que está atado por antonomasia a la multitudinaria afición futbolera: porque todo lo que nos colectiviza –regionalismos, nacionalismos, fanatismos– en cierto sentido (o, quizás en muchos) nos embrutece, nos resta libertad individual y nos hace volver (consciente o inconscientemente) a esas remotas épocas tribales.
El mensaje final no rechaza ciegamente al fútbol (que, desde luego, tiene sus pro y sus contra), sino que exalta la necesidad de darle a la cultura el lugar preponderante en el que nunca estuvo, pero, sin duda, merece estarlo para el beneficio de todos.
© Orlando Mazeyra Guillén, 2004 |