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Pienso que cuando uno entra en contacto con otro conoce y capta algo de su esencia. Mientras conversas con el Ermitaño me doy cuenta como te haces más transparente para mí, como si la parte cristalina de ese anciano se transmitiese hacia ti.


Se vuelve transparente tu mirada, puedo leer en tu interior. Cuando caminamos debajo de los almiámbares sus hojas escarlatas y otras doradas parecen caer para formar una alfombra a nuestros pasos. Nuestra conversación gira en torno a la belleza y frescor de lo que nos rodea, pero al llegar al borde de la laguna terminamos hablando de nosotros.


Nuestro diálogo recorre entonces los hitos importantes de nuestras vidas. Por un lado me relatas las divertidas anécdotas de los duendes, de las que reímos juntos (me gusta verte sonreir); y por otro lado te cuento las hazañas de mi pueblo, en aras de la justicia y la libertad, y me escuchas expectante a cada una de mis palabras.


Me cuentas algunos secretos del bosque. Te narro la ofrenda de mis amigos. Y van pasando las horas sin darnos cuenta, sin cansarnos de mostrar lo que es nuestra historia.


En algunos silencios de nuestra conversación, como si viéramos un ángel pasar, me tiento a besarte, porque tu boca se ve blanda como una almohada, fresca como una frutilla, y su movimiento hace vibrar mi corazón. Recuerdo entonces el Oráculo y freno mis deseos volviendo a contarte cómo son las tierras que no conoces. No deseo que un beso sea el faro para el Enemigo.


Hace tanto tiempo que no me quitaba la armadura que me siento más liviano y con más soltura. Siento el viento tocar mi piel y se me pone la carne de gallina, porque no está acostumbrada a la brisa fría. Estornudo y tú ríes. Tu cuerpo conoce el contacto con la naturaleza y, aunque vistes liviana, no sientes el frío como yo.


Mis manos encallecidas se apoyan sobre las tuyas y las volteamos mostrando nuestras palmas. En los surcos profundos de las mías hay una larga cruzada por otras siete. En las delicadas líneas de tus manos hay dos líneas que se hacen una y apuntan al dedo del corazón. Tus dedos largos y con uñas almendradas me hablan de tu sensualidad. Mis dedos, más cortos y gruesos, te hablan de mi fuerza y la racionalidad de mis actos. Sin querer nos leemos las manos como redescubriendo lo que somos, como apoyando nuestra conversación prolongada.


Pasan los días y lentamente nuestros temas se van orientando a lo que somos, a nuestros sueños, a lo que nos sorprende y nos gusta del otro. En ese conocernos entramos a la intimidad mutua y vemos nuestras virtudes y defectos.


Nos gusta abrazarnos largamente, como reposando el uno en el otro. Son abrazos pausados, suaves, en que sentimos el latir de nuestros corazones; en que abrigamos nuestra soledad tan distante ya.


Estoy como embriagado de amor, sintiendo el perfume de tu piel dejando rastros en mi alrededor. Te siento tan cerca. Se relajan mis músculos, acostumbrados al constante luchar, y se distienden mis nervios, estresados de sentir el peligro en cada esquina.


Recupero mis fuerzas nutriéndome de tu presencia.


Pienso que, tal como te decía, uno capta la esencia del otro y la hace propia. Siento que parte de ti se funde en mi alma y me da la paz que tanto busqué.

Texto agregado el 20-05-2003, y leído por 349 visitantes. (0 votos)


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