Está lloviznando sobre Nantes. Un sirimiri ligero, casi tan frío como los pies de una mujer viuda, envuelve la ciudad y en la parada de la calle Copernic, desborda la marquesina.
Va a terminar el vigésimo quinto festival de cine español y vuelvo de una sesión en el Katorza. Una película de las más deprimentes sobre los migrantes latinos que a toda costa intentan realizar su sueño : entrar en los Estados Unidos. Es un "rail-movie" un poco maníqueo con tres personajes : al indio tzotzil lo matan de un tiro como un conejo, a la chica disfrazada de tío, la raptan extorsionadores de migrantes para engordar su batallón de putas y el héroe guatemalteco acaba como obrero en un matadero de Chicago o cualquier otra ciudad de clima parecido. Nada nuevo, pero uno se deja conmover a pesar de todo.
En estos pensamientos estoy cuando llega un autobús articulado. Línea C1 Haluchère-Batignolles-Estación de Chantenay. Es el mío.
Vamos subiendo, en tropel apresurado. Cojo asiento enfrente de una señora de edad, vestida a lo pijo, con abrigo azul claro, sombrero cloché a juego y bufanda rosa. De repente, una tropa de colegiales toma por asalto al autobús, empujando delante de sí y hasta nosotros a un anciano, tocado con un sombrero que semeja el del Inspector Gadget y vestido con un impermeable de un pardo indefinido. No le falta sino un bigote lápiz para tener pinta de militar jubilado.
La vieja señora, sentada del lado del pasillo, se desliza hacia la ventana en el asiento libre.
— Ahora que Vd ma ha cedido asiento tan amablemente, no puedo sino cogerlo, dice el señor, con una ligera inclinación del busto, antes de tomar sitio.
Y tras echar una mirada de desengaño sobre la tropa desordenada que lo rodea, sin preocuparse lo más mínimo por si desa conversar con él su vecina, prosigue de inmediato:
—¡Tantos jóvenes! ¿Qué va a ser de ellos, me pregunto yo, dentro de cuatro seis o diez años? Si no tienen diploma, irán a fichar a la Oficina de Empleo y si, por casualidad, tienen varios, ¡les dirán que van de sobra! Y mientras tanto se buscan carniceros, fontaneros, caldereros, pasteleros, carpinteros... ¡y no se encuentran! El gilipollas ese de Giscard, hace cuarenta años, quería revalorizar el trabajo manual, ya se ve lo que ha sido de ello. ¡Y el menda votó por él!
La señora, por no parecer descortés, intenta contestar, con toda la cautela posible:
— ¿Le parece que hay muchos jóvenes en esta ciudad?
— Basta con darse una vuelta por la Plaza Real a la noche, ya verá, ahí están apiñados, zumbando como abejorros.
— Sabe algo : ya tengo yo a cuatro nietos en edad de trabajar y uno de ellos está en el paro desde hace un año. Le oigo decir: me han dado cita la semana que viene, tengo entrevista con mi consejero laboral el mes próximo, pero nunca hasta ahora le he oído decir, ya está, se fían de mí, me toman con contrato indefinido. Les piden experiencia antes de empezar, ¡qué disparate!
Las cristaleras del autobús se han cubierto de vaho y viajamos a ciegas, tanto más cuanto que no funciona la visualización de las paradas o no la puso en marcha el chófer.
— Y no va a mejorar con el gobierno ese que tenemos, se lo digo yo. Bueno, ¡tampoco iba mejor con el de antes!
Mi vecina levanta una mirada suspicaz sobre su interlocutor, antes de continuar, con diplomacia:
— Le doy la razón, pero a mí lo que me inquieta más es el número de ancianos. No veo más que personas de mi edad. Ahora vive la gente tan vieja y hay tan poca ocupación que no veo cómo la juventud va a poder con ello. Dispense, que me voy explayando mientras me bajo en la próxima.
— ¿Y dónde estamos?
— Acabamos de pasar por Mellinet, me parece.
El señor se levanta de un brinco:
— Jolín, si ahí me apeaba yo, voy a la calle Chaptal; en Saint-Aignan, me cae mucho más largo. ¡Qué mala pata!
Y oigo a la elegante señora vestida de azul decir sotto voce, mientras se levanta a su vez:
— ¡Bien merecido! Oveja que bala, bocado que pierde.
©Pierre-Alain GASSE, mayo de 2015. |