Guillermo juega de arquero, es risueño, cantarín, coqueto y enamoradizo, tiene quince años y le pide a Miguel, su hermano mayor, que no sea cagao’ y que con el vuelto de los cigarros le traiga un par de calugas.
Hoy, ese mismo Guillermo tiene cincuenta años, es talabartero, separado, desafinado, seguiría de arquero si pudiera, es hermano de un detenido desaparecido y tiene tres hijos y dos nietos.
Todas las tardes se sienta en la banca verde, frente a su casa, y espera que su despistado hermano de veinte años vuelva fumando con el prometido paquete de calugas en la mano.
Dice que lo ha visto un par de veces, sonriente, vuelve fumando pero sin las calugas, por lo que se devuelve corriendo a buscarlas, una y otra vez, una y otra vez.
-La gente desaparece, pero las promesas no. Y yo se que él me va a cumplir.- explica. |