Un día estando sentado en el parque, la admiró. La belleza más pura, más ilógica e incomprensible que haya visto en su vida. Recorrió con su mirada cada parte de sus facciones, cada esquina que sus ropas dejaban ver en su cuerpo, tal perfección no debía ser profanada sin permiso así que sin dudarlo se dirigió a ella y con un poco de su pobre valentía sintió surgir sus palabras “¿Puedo dibujarte?”

Ante su permiso y un vago gesto de extrañeza comenzó, por cada línea una lágrima de color gris salía de su lápiz dejando un rastro sobre el inmaculado papel. A los quince minutos ella dijo que se tenía que ir y con gran tristeza él le tuvo que decir adiós. Su dibujo había quedado en unos bellos trazos que expresaban a medias su explicita belleza.

Volvió al día siguiente y al que le siguió, posiblemente lo hizo durante algunos meses más con una hoja de papel y en ella las líneas de lo más bello. No había continuado el trazo pues tenía miedo de arruinar su recuerdo con algunos de sus estúpidos paradigmas. Después de algún tiempo lo puso en un recuadro en medio de su estudio; lo copiaba con gran exactitud y trataba de terminarlo, pero algo en su mente le decía que lo que dibujaba ahí no era lo que recordaba. No era lo suficientemente bello como lo que vio aquella tarde.

Intentó cada estilo de dibujo y de pintura e inventó algunas otras, todas copias de ese trazo. Su fama se fue a la cúspide cuando una de sus amigas decidió poner los retratos en exposición. Él nunca fue a ninguna de sus exposiciones pero recibía los beneficios. Intentaba severamente encontrar la copia perfecta, algo que le recordara lo maravilloso que había sido ese momento, con ella posando para él, en medio de un parque al medio día.

Pronto intentó la escultura y aunque su talento era excelso, seguía sin conformarse. Sus trabajos seguían vendiendo, y aunque no como al principio, su fama le daba un plus a su trabajo, cosa que a él nunca le importó. La escultura lo decepcionó y observando los mismos trazos se puso a componer algunas piezas musicales. Para los conocedores no tenía sentido, pues su orden a pesar de ser pésimo tenía sonido que, según las palabras de algún crítico conocedor, era “lo más caótico y bello que haya escuchado”. Sin embargo después de muchos años y ya con el título de “genio del arte” decidió escribir poesía y algunas novelas. Varias súper ventas y algunas adaptadas al teatro y cine. Pero aún no se conformaba con los resultados.

Habían pasado treinta años desde que aquel trazo había comenzado y hoy lo llevaba en sus manos, directo al parque dónde había conocido la belleza que nunca había logrado igualar. Se sentó en la misma banca y miró el trazo, una lágrima apenas cruzó su mejilla, la lágrima que indicaba su fracaso. ¿Puede una vida llena de éxitos en la sociedad fracasar?, él lo sentía así.

El trazo fue destrozado y tirado en el bote de la basura más cercano, había decidido no dedicar su vida a la búsqueda de aquello que vio solo una vez en su vida. Salía del parque cuando la vio. Inexplicable belleza cruzando a su lado, años y años de trabajo y ahí estaba ella. Tan bella como hace treinta años. Él se desvaneció, primero sobre sus rodillas mirándola al rostro, lloraba y nadie lo calmaría. Ella corrió hacia él para ayudarlo y cuando se acercaba su cara dio de lleno contra el piso del parque. No perdió la consciencia, pero lloraba. Ella estaba hincada a su lado tratando de ayudarlo. Él no podía moverse, había encontrado lo que toda su vida había buscado.

“Hace algún tiempo te pedí que me dejases hacerte un dibujo, hoy te pido que por favor me dejes terminarlo”, ella, desconcertada, le dijo que sí aunque no lo recordaba. Él se desmayó en ese momento.

Nunca más volvió a verla; nunca más volvió crear algo.