Se levantó una mañana, llevaba un camisón de seda rojo.
Sintió fresco, se colocó una fina batita negra casi transparente.
Nada llegaba a cubrir del todo su trasero.
Descalza, se hizo el café, nunca sale sin antes tomar su café.
Una ducha, carmín rojo en sus labios y sus ojos pintados de negro.
Sus cabellos rizados aún mojaban su espalda…
Sí, pensó, una falda de cuero negra, un top y unos tacones. ¡Que todo imponga!.
Salió, volvió a entrar. Olvidaba su cuchillo. Aquel, aquel que no corta.
-¿sí?
-Quiero verte- dijo.
-No, no. – (me encantaría, pensé).
Sonó el timbre, allí estaba ella, imponente, ni Carla Singer lo hubiese hecho mejor.
Me miró.
Una mano, cuchillo al cuello, la otra desbrochaba pausadamente mi pantalón. En segundos mi cuerpo se desangraba en carmín.
-Siéntate – susurró sin alejar el cuchillo.
Ella de pie, delante de mí, cogió una de mis manos, acarició mi palma y sin desviar su mirada de la mía, en silencio, la puso en uno de sus muslos. Igual hizo con la otra.
-Levántala. Murmuró dulcemente.
Inmóvil, levanté su falda lentamente, sentía como mi pecho explotaba, como mi vena estallaba.
Todo encaje negro.
Se sentó. Se sentó. Se sentó.
Se sentó hasta mi punto de fusión y encendió un cigarrillo.
-No te preocupes - dijo- volveré a hacerlo.
Serán para mí, tus sueños…
Me levanté una mañana, llevaba un camisón de seda rojo.
Sentí fresco, me coloqué una fina batita negra casi trasparente.
Nada llegaba a cubrir del todo mi trasero.
Descalza, me hice el café, nunca salgo sin antes tomar mi café.
Una ducha…
-Llego tarde al trabajo- pensé- fue divertido el de anoche.
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