Ya no me acuerdo cuándo fue que comencé a viajar por el espacio. La verdad, eso no es tan importante. Lo importante es lo sorprendente que es el universo, de manera a que produce diversos tipos de vida de acuerdo a los planetas, satélites y asteroides que habitan.
En uno de mis viajes, encontré un planeta solitario. No giraba alrededor de una estrella como normalmente lo hacen los otros planetas. Simplemente estaba ahí, andando sin rumbo y a su completa libertad. De seguro fue rechazado por el sistema solar en donde se encontraba. Suele pasar cuando la estrella ya no puede contener a tantos planetas, o cuando la misma se ha extinguido.
Me dio curiosidad. Por lo tanto, aterricé en ese planeta y me sorprendí por lo que estaba viendo. Paré en el medio de una gran pradera. Solo había prados, pero a lo lejos podía distinguir algo parecido a un bosque… o a una ciudad… ¡No estoy segura! Pero de que estaba habitado, estaba habitado.
Antes de bajar, calculé el nivel de oxígeno y otros gases de los cuales, sin esos, no podría respirar. Mi nave tenía unos sensores excelentes, de manera a que podía determinar si era necesario usar mi traje espacial o no. Encontré que carecía de oxígeno e hidrógeno, pero tenía una alta cantidad de dióxido de carbono. Por lo tanto, tuve que ponerme mi traje para explorar ese lugar.
Me puse mi traje y salí de la nave. No tenía tanta gravedad como la Tierra, por lo que me sentía liviana y podía dar saltos muy altos. Por un momento estuve entreteniéndome de esa manera, hasta que me percaté de que alguien me estaba observando.
Lo ví. Era una persona… o eso parecía. Tenía los brazos y las piernas más largas que un terrícola normal. Llevaba puesto unos pantalones anchos, pero supuse que sus piernas eran delgadas. Aunque estaba todo oscuro, pude distinguir su expresión. Parecía sorprendido, tenía la boca y los ojos abiertos. Sus ojos brillaban a la luz de las estrellas y parecían ser blancos como la luna.
Quise acercarme, decirle que no le haría daño. Esa persona no se movió. De seguro se paralizó del susto. De todas formas, ¿cómo le hablaría? ¡Ni siquiera sabía si hablaban o no! Aunque yo tenía un casco, sabía que él podía ver mi rostro. Por lo tanto, me acerqué lo suficiente para mostrarle una sonrisa de calma y paz. Me ha servido en muchos planetas, por lo tanto, no dudé que en ése también me serviría.
La persona vio mi sonrisa y cerró la boca. Luego me habló. Efectivamente, me habló en otro idioma. Cuando vio que no le entendía, entonces extendió su mano y me invitó a que lo siguiera.
Sus dedos eran largos y finos. Los tomé y me sorprendí lo fuerte que apretaba mis manos. Empezó a caminar y yo lo seguí. Por un momento, sentí que flotaba, dado que caminamos rápido y ese planeta carecía de gravedad. Pero pude controlar eso y seguirle el ritmo.
El cielo era oscuro. Solo las lejanas estrellas se podían vislumbrar a lo lejos. Por lo que pude ver, de entre los prados aparecían pequeñas lucecitas que se esparcían por todos lados e iluminaban el lugar. Más tarde, me di cuenta de que esas lucecitas eran un tipo de luciérnagas o bichitos de luz que habitaban el planeta.
Nos acercamos a un poste muy alto, casi de tres metros. Me señaló hacia arriba y me dijo algo. Por lo que noté, supuse que él quería que saltara hasta encima de ese poste. Empecé a negarme y me dije:
- Eh… no sé saltar tan alto… perdón…
Él, al escucharme, saltó. Me sorprendí lo rápido que llegó hasta el poste. Luego se bajó y, con señas, me indicó que hiciera lo mismo. Al final, accedí. No sabía lo que podía pasar si me negaba. A lo mejor los nativos de ese planeta no eran pacíficos o se enojaban con facilidad.
Salté. La verdad, retrocedí unos cuantos pasos y, tomando impulso, di un salto. Me sorprendí lo alto que pude saltar. Logré aferrarme a la punta del poste. Cuando lo logré, miré hacia el horizonte. Ya sé, es un decir. En un mundo donde no existe el sol no creo que haya “horizontes”.
Lo que hice fue que miré a mi alrededor y me sorprendí de lo que había. Hacia un lado había más postes, todos brillando con mucha intensidad. Hacia otro lado, veía el bosque o la ciudad. Estaba muy oscuro, pero pude distinguir unas cuantas lucecitas. Por lo tanto, al final supuse que era una ciudad.
Me solté y caí al suelo suavemente. El nativo me sonrió. Luego, dijo una sola palabra: “Milat”
Se señaló a sí mismo con las dos manos, repitiendo de nuevo “Milat”. Me dí cuenta de que se quería presentar. Por lo tanto, tomé su ejemplo y, señalándome, le dije mi nombre.
El volvió a sonreír. Unas luciérnagas se acercaron a él y pude ver mejor su rostro. Tenía la tez muy fina, sin ningún grano, lunar o cicatriz que lo caracterizara. Sus ojos eran verdes, pero estiraban mucho al azul. No estaba segura de si era hombre o mujer, pero era una persona muy hermosa y me di cuenta de que también era buena.
Seguimos explorando juntos el planeta. Poco a poco, me iba enseñando su idioma y yo hacía lo mismo también. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero estaba feliz de encontrar un amigo.
Pero pude entender algo. Ese planeta siempre vivió en la oscuridad. No conocen lo que es “día”, ni “sol” ni nada relacionado a eso. Se guían por la posición de los planetas y, dado que solo existe la noche, solo tienen dos estaciones: otoño e invierno.
Los postes fueron algo que ellos mismos construyeron. Cada tanto, se iluminan automáticamente para que los peregrinos se guíen por las mismas. Pero lo que no me quedaba claro era cómo las plantas podían subsistir sin la fotosíntesis del sol. Y eso que el planeta estaba repleto de plantas. Supongo que las plantas tienen la capacidad de captar las lejanas estrellas que se vislumbran en el eterno cielo oscuro. O puede que los postes y las luciérnagas hagan ese trabajo. Aún así, el estar en un planeta con esas características me daba la sensación de estar en un cuento de hadas. Era hermoso ver las plantas iluminadas por pequeñas lucecitas, como si fueran iluminadas por la luz de la luna. Pero más disfrutaba estar con Milat, que me mostraba más cosas maravillosas y cada vez nos entendíamos más.
Llegamos a una especie de palmera. Él sacudió la planta y de ahí salieron más bichitos de luz. Éstos me rodearon y me sentí feliz. Luego, tomados de las manos, empezamos a dar vueltas alrededor de la palmera y empezamos a reír a carcajadas.
Luego, nos acostamos en la pradera y vimos las estrellas. Intenté hablarle en su idioma, aunque creo que no me salió bien. Él se rió y, con mucho esfuerzo, me dijo:
- A… prendes… rápido… linda… “estraña”
Me reí también.
No me acuerdo cuánto tiempo estuvimos así, pero no sentí ni cansancio ni sueño. De seguro, al estar en un mundo de eterna noche hace que no me preocupe por esas cosas. Pero también extrañaba al sol y a los días calurosos. Sabía que no podía estar en ese mundo para siempre, por más que Milat sea una persona buena y generosa. Ese mundo tendría sus países, sus pueblos, su historia. Incluso, habrá evolucionado a su manera y sin necesidad del sol. Ese planeta tenía su propia naturaleza y, como bien dice la frase, “la naturaleza es sabia”. Los seres vivos de ese planeta sabrán cómo pudieron sobrevivir sin fechas, ni años y solo guiados por las estrellas. Por lo tanto, no era un lugar donde una persona como yo podría vivir normalmente. Los terrícolas necesitan del sol de vez en cuando. Y necesitan que las plantas y los animales también reciban la energía del sol para reproducirse y generar la cadena alimenticia.
Cuando llegó la hora de marcharse, podía hablar perfectamente con Milat. No me acuerdo cuánto tiempo estuve junto a él, pero tampoco recordaba el haber descansado en ningún momento. Lo que sé es que Milat, a diferencia de mí, no podría aguantar el vivir en un planeta que gire alrededor de una estrella y que esté marcada por el día y la noche. Su organismo ya estaba acostumbrado al mundo oscuro, así como mi organismo estaba acostumbrado a un mundo como la Tierra.
- Milat ed malua ben vilat (Milat te desea un buen viaje)- fue lo que me dijo, a la hora de la despedida.
- Yo también te deseo suerte- le dije.
Y después de un largo abrazo, subí a la nave y dejé ese planeta de oscuridad.
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