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Inicio / Cuenteros Locales / detective99 / Marcha de mujeres a Versalles

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La mañana del 5 de octubre, delante del mercado, una joven tocaba un tambor frente a un grupo de mujeres enfurecidas por la escasez de víveres y por el alto precio del pan. El grupo se dirigió a los mercados del este de París, entonces conocido como Faubourg Saint-Antoine, y obligó a una iglesia próxima a tocar las campanas. Más mujeres de otros mercados cercanos se unieron a las manifestantes, muchas de ellas armadas con cuchillos de cocina y otras armas improvisadas, y la marcha comenzó. En varios distritos, las campanas de las iglesias sonaban sin cesar. Orientada por grupos de agitadores, la multitud convergió en el ayuntamiento donde exigieron pan y armas. Con la llegada de más mujeres y hombres, la multitud de delante del ayuntamiento sumaba ya entre 6000 y 7000 personas o incluso, según algunas estimaciones, a 10 000 personas.

Uno de los manifestantes era el audaz Stanislas-Marie Maillard, un prominente vainqueur de la Bastille que, con su propio tambor, incitaba al pueblo gritando: «a Versalles». Maillard era una figura popular entre las mujeres del mercado16 y acabó siendo reconocido como una especie de líder del movimiento. Aunque no era conocido por su caballerosidad, Maillard ayudó a reprimir, por su fuerte carácter, los peores instintos de la multitud, llegando incluso a rescatar al intendente, el abad Lefèvre, que se había atado a una farola para intentar proteger los almacenes.16 El ayuntamiento fue saqueado por la multitud, que se apoderó de provisiones y armas, pero Maillard ayudó a evitar que incendiaran el edificio. Tras algún tiempo, la atención de los manifestantes se volvió hacia Versalles y volvieron a las calles. Maillard designó a algunas mujeres como líderes del grupo, dirigió a la multitud y la condujo fuera de la ciudad bajo la lluvia.

Cuando los manifestantes salieron, miles de hombres de la Guarda Nacional, sabedores de lo que había ocurrido, empezaron a agruparse en la plaza de Grève. El marqués de La Fayette, su comandante en jefe en París, descubrió horrorizado que sus soldados estaban mayoritariamente a favor de la marcha y que los estaban animando a unirse a la multitud. A pesar de ser uno de los mayores héroes de la guerra de Francia, La Fayette no consiguió disuadir a las tropas, que amenazaban con desertar. Antes de que eso ocurriera, el gobierno parisino instó a La Fayette a seguir al frente de los soldados hacia Versalles y pedirle al rey que regresara voluntariamente a París para satisfacer al pueblo. Tras enviar a un caballero para que diera la voz de alarma en Versalles, La Fayette empezó a acompañar a la muchedumbre de cerca. Era consciente de que muchos de ellos declararon abiertamente que iban a matarlo si no se unía a ellos o si intentaba impedir que continuaran. A las 16:00, 15 000 guardias y otros miles de civiles que llegaron a última hora salieron hacia Versalles. Reticente, La Fayette se posicionó al frente de la columna, con la esperanza de proteger al rey y mantener el orden público.
La multitud recorrió la distancia entre París y Versalles en cerca de seis horas. Además del armamento improvisado, también llevaban muchos cañones tomados del ayuntamiento. Enérgicos y ruidosos, reclutaban cada vez más adeptos a medida que dejaban París. Con su ambiguo y agresivo argot «poissard», hablaban con entusiasmo sobre llevar al rey de vuelta a casa. Menos cariñosos eran, sin embargo, los términos usados para denominar a la reina María Antonieta a la que trataban de «puta» y de «zorra» y muchos clamaban abiertamente por su muerte.
Cuando la muchedumbre finalmente alcanzó Versalles, fue recibida por otro grupo que se encontraba reunido en los alrededores. Los miembros de la Asamblea saludaron a los manifestantes e invitaron a Maillard al salón, donde realizó críticas al regimiento de Flandes y a la falta de pan. Mientras hablaba, los inquietos y exhaustos parisinos entraban y descansaban en las bancadas de los diputados. Hambrientos, cansados y embarrados por la lluvia, parecían confirmar que el cerco solo era una simple exigencia de alimento. Los diputados desprotegidos no tuvieron otra elección que recibir a los manifestantes, que abuchearon a la mayoría de los oradores y exigieron oír al popular diputado reformista Mirabeau. Aunque hubiera declinado hablar, el gran orador se mezcló familiarmente entre las mujeres del mercado e incluso se arrodilló para poder hablar con una de ellas. Otros diputados también saludaron calurosamente a los manifestantes, entre ellos Robespierre (en la época, una figura relativamente oscura en política). Robespierre dio fuertes demostraciones de apoyo a las mujeres por su difícil situación y fue recibido con gran entusiasmo. Gracias a él, la hostilidad de la multitud para con la Asamblea disminuyó.
Sin opciones, el presidente de la Asamblea, Jean Joseph Mounier, acompañó a una comitiva de mujeres del mercado al palacio para ver al rey. Un grupo de seis mujeres nombradas por la multitud fueron escoltadas hasta los aposentos de Luis XVI, donde le hablaron de las privaciones que sufrían. El rey les respondió con simpatía y, usando todo su encanto, las impresionó de tal manera que una de ella se desmayó a sus pies.33 Tras este encuentro breve pero agradable, se tomaron medidas para distribuir algunos alimentos del almacén real, por lo que algunos manifestantes consideraron que sus objetivos habían sido cumplidos de forma satisfactoria. Con la lluvia castigando Versalles, Maillard y un pequeño grupo de mujeres del mercado marcharon triunfalmente de vuelta a París.
La mayor parte de la muchedumbre, sin embargo, permaneció impaciente. Circulaban por los jardines del palacio oyendo rumores de que la comitiva de mujeres había sido engañada y que la reina iba a forzar al rey inevitablemente a romper todas las promesas hechas. Consciente de los peligros que lo rodeaban, Luis XVI discutía la situación con sus asesores. Alrededor de las 18:00, el rey hizo un último esfuerzo para intentar contener la creciente insurrección: anunció que aceptaría los Decretos de Agosto y la Declaración de Derechos del Hombre sin restricciones. Sin embargo, no se tomó ninguna medida para defender el palacio. La mayor parte de los guardias de corps, que había permanecido en armas durante varias horas en la plaza principal delante de una multitud hostil, se había retirado hacia el fondo del parque de Versalles. En palabras de uno de sus oficiales: «Todos estaban muy cansados por el sueño y el desánimo; pensábamos que todo estaba acabado». Esto dejó solo al guarda nocturno,un hombre de 61 años, como responsable de todo el edificio.
Más tarde por la noche, las antorchas de los soldados de La Fayette se acercaron por la avenida de París. Dejando fuera a sus tropas, se reunió con el rey y se anunció con la declaración: «Vine a morir a los pies de Su Majestad». Por otro lado, la noche era incierta, con soldados parisinos mezclándose entre los manifestantes. Muchos en la multitud denunciaban que La Fayette era un traidor y se quejaban de su resistencia a dejar París y la lentitud de su marcha. Con las primeras luces de la mañana, la alianza entre los guardias nacionales y las mujeres era evidente y la muchedumbre recuperó su vigor y retomó su rudeza «poissard».
Alrededor de las 6:00, algunos de los manifestaciones descubrieron un pequeño portón del palacio que estaba desprotegido. Tras entrar por él, se pusieron rápidamente a buscar el dormitorio de la reina. Los guardas reales corrieron por todo el palacio, atrancando puertas y creando barricadas en los corredores. Apostados en el pasillo de mármol, dispararon sus armas contra los intrusos y mataron a un joven manifestante. Enfurecidos, el resto consiguió abrir una brecha entre los soldados y entrar.
Dos guardas especialmente valientes, Miomandre y Tardivet, intentaron enfrentarse a la multitud, pero fueron dominados.39 Nota 11 La violencia se transformó en una completa salvajada cuando la cabeza de Tardivet fue arrancada y colocada en una pica.40 Los golpes y los gritos llenaron los salones próximos de los aposentos de la reina que, descalza, corrió con sus damas de compañía hasta el cuarto del rey. No obstante, el intenso ruido hacía que no se pudieran escuchar sus llamadas a la puerta atrancada. María Antonieta y sus ayas estuvieron cerca de la muerte, pero consiguieron escapar a tiempo por la puerta.
El caos continuó y otros guardas reales fueron encontrados y agredidos. Murió al menos uno más, cuya cabeza también acabó en lo alto de una pica. Finalmente, la furia del ataque disminuyó lo suficiente como para permitir una comunicación entre los ex gardes-françaises, entonces miembros de la Guardia Nacional de La Fayette y los miembros de la guardia de corps. Con la intervención del marqués, y para alivio de la realeza, los dos conjuntos de soldados se reconciliaron y se consiguió pacificar el interior del palacio.
Aunque los combates hubieran cesado y las dos tropas hubieran evacuado el palacio, la multitud aún permanecía en los jardines. No obstante, en aquel momento las filas del regimiento de Flandes y de los Montmorency-Dragons estaban ya en el lugar dispuestos a actuar contra el pueblo.43 La Fayette, que se había ganado la gratitud de la corte, convenció al rey para que hablara a la multitud. Cuando los dos hombres aparecieron en uno de los balcones, un grito inesperado surgió entre los manifestantes: «¡Viva el rey!». El rey, aliviado, transmitió brevemente su intención de volver a París, apelando «al amor de mis buenos y fieles súbditos». Cuando la multitud aplaudía, un eufórico La Fayette colocó un lazo tricolor en el gorro del guarda más cercano al rey. Cuando el rey se retiró, la multitud exigió la presencia de la reina, que fue llevada por La Fayette junto con sus hijos, el delfín Luis y María Teresa. La multitud gritó amenazas para que los niños fueran llevados al interior y todo indicaba que se iba a producir un regicidio. Sin embargo, como la reina se presentó de manera sencilla y serena, con las manos cruzadas sobre el pecho, la multitud, de donde sobresalían algunos mosquetes apuntando en dirección a María Antonieta, se calmó. Astutamente, La Fayette esperó hasta que la furia de los manifestantes se desvaneciera para, con gran pompa, arrodillarse ante ella con una reverencia y besar su mano. La multitud respondió con un respeto mudo y muchos gritaron un saludo que ella hacía tiempo que no oía: «¡Viva la reina!» La buena voluntad creada por este sorprendente vuelco en los acontecimientos puso punto final a la situación, aunque para muchos observadores, las escenas de la salida al balcón no eran más que puro teatro. Sin embargo, a pesar de estar satisfechos con las demostraciones reales, los manifestantes insistieron en que el rey volviera con ellos a París. Alrededor de las 13:00 del 6 de octubre de 1789, la inmensa multitud acompañó a la familia real y a un grupo de cien diputados de vuelta a la capital, con los soldados de la Guardia Nacional al frente. En ese momento, la masa de personas había crecido y ya se contaban más de 60 000 personas para un viaje de vuelta que duró cerca de nueve horas. El cortejo parecía a veces una reunión festiva con soldados clavando panes en la punta de sus bayonetas para servir al pueblo y mujeres del mercado montadas alegramente sobre los cañones capturados. Sin embargo, aunque la multitud canturreara gracietas sobre su «buen papá», no podía subestimarse su mentalidad violenta: tiros conmemorativos sobrevolaban el carruaje real y algunos manifestantes portaban las cabezas de los soldados abatidos en Versalles clavadas en picas. Una sensación de victoria sobre el Antiguo Régimen impregnaba a los manifestantes, que creían que el rey estaba, a partir de ahora, al servicio del pueblo.
Nadie entendió eso de forma más visceral que el propio rey. Tras llegar al degradado palacio de las Tullerías, abandonado desde el reinado de Luis XIV, le preguntaron cuáles eran sus órdenes, a lo que él respondió con una timidez fuera de lo común: «Que cada uno se acomode donde le apetezca». Entonces, con un dolor taciturno, pidió que le llevaran a la biblioteca una biografía del depuesto Carlos I de Inglaterra.


Aviso: como yo soy miembro prmium de wikipedia puedo copiar y pegar lo que yo quiera asi que entiendan no soy ladron de documentos

Texto agregado el 10-05-2015, y leído por 79 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-05-2015 Mi tatarabuelo, estaba al sur de Francia, levantando la pollera de las campesinas...y no robaba nada, solo tomaba y disfrutaba lo que le apetecía. A la merde con los parisinos timoratohenry
10-05-2015 Yo os di una estrella por idiota. elvengador
 
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