Corretearon como niños de la mano en un campo de violetas perfumadas, ambos inundados de la más sincera felicidad. El gran jardín bordeaba un lago de quietas aguas cristalinas al cual, los jóvenes enamorados fueron a refrescarse luego de tanto juego.
Se recostaron en el verde césped, uno al lado del otro, tomados de la mano, enganchados, inseparables. Sus cabezas giraron, casi instintivamente, para quedar enfrentados en miradas que sepultaron el tiempo.
El silencio de la inmensidad dejaba escuchar el latido de sus corazones, parecían que se peleaban por el latir más veloz. Sonrisas cruzadas. Suspiros profundos. Corazones acelerados.
El sol se escondía lentamente dejando paso a un atardecer naranja que se reflejaba en las calmadas aguas transparentes. Los grillos cantaban para los dos enamorados. Los árboles bailaban al son del grillar. Las estrellas asomaban para iluminar la cálida y oscura noche de verano.
La naturaleza a su alrededor cambiaba, el tiempo corría, menos ellos. Los dos seguían ahí, recostados en el tierno césped que los acolchonaba. No tenían noción del tiempo, no tenían idea de lo que sucedía, ninguno de los dos sabía que, esa perfecta escena, era el sueño más hermoso que sus mentes inventaron con la cabeza en la almohada y los corazones entrecruzados.