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-No quiero compartir mi almuerzo con esa gorda – la frase resonó en el salón. El silencio cobró vida.
Todos escucharon. Esa voz tan arrogante no podía ser de otra persona más que de Megan. Se refería a Alison.
Era cruel pero acertada. Allison estaba excedida de peso, una inevitable herencia de su familia. Se sentía la última en la clase. Su regordetas piernas se rozaban entre sí, al punto de necesitar cremas para aliviar las llagas que le producían. El olor a vainilla que destilaba, todos lo reconocían. Usaba tanas cremas en su cuerpo, para aliviar ese dolor, que le habían puesto el apodo de “Vainillitas”
Su pelo renegrido contrastaban con sus penetrantes ojos celestes, que de nada de servían como atractivo; necesitaba otro rostro y otro cuerpo.
No le contesto a Megan, sabía que era verdad y que a nadie le importaba. Esas miradas inquisidoras sobre su grotesco cuerpo la herían profundarte. En el interior de su alma, lloraba tan abundantemente que ni siquiera el océano sería suficiente para compararlo con sus lágrimas.
Tomo su charola y se retiro del lugar. Como Megan era la más hermosa del colegio, nadie podía cuestionarle nada. Incluso el rector estaba de su lado, ya que una excelente alumna, algo extraño en una atractiva mujer.
Su vida, desde la perspectiva de una adolescente, era infernal. Hizo dietas, tan descabelladas, que ni siquiera a un drogadicto en su estado de éxtasis se le habría ocurrido.
En Luna llena, caminar sobre césped húmedo luego del rocío de la noche, tomar un vaso de agua y luego esperar; bebe un litro de agua todos los días, antes del almuerzo o cena.
Por supuesto que nada servía. Su cuero era el de siempre, el que detesto toda su vida.
No existía salida. Estaba condenada a la obesidad, al despreció de los otros, al ostracismo. Un callejón oscuro y sin destino.
No odiaba a Megan, solo se reprochaba no ser como ella. Tener esa cintura suave; ese pelo, igual al suyo de renegrido, pero en otro cuerpo, más apropiado.
En las tardes, cuando nadie la veía, solía sentarse en la banca del campo de football, y ver a las porristas desplegarse como suaves palomas en el infinito cielo azul, y soñaba ser como ellas. Sus ojos ser perdían en el horizonte de ese destino.
Esa noche era muy fría. Megan había practicado su rutina durante muchas horas con sus compañeras; no le quedaban mucho tiempo antes del partido del sábado.
Se retiro del lugar y fue tomar al autobús que se dirigía a su hogar. Como sus amigas se habían ido ya, estaba sola y eso le producía algún temor, natural. Con su cuerpo esbelto y su ropa pegada al cuerpo, unido al pelo negro y lacio hasta su espalda, despertaba el atractivo de cualquier mortal. En este caso, de un vagabundo.
Se le acerco y trato de abusar de ella. Alison se había quedado dormida en una banca, como solía hacerlo. Se estaba desperezando cuando vio la escena.
No odiaba a Megan; solo sintió una comunidad de género. De inmediato tomo el bastón que tenía a mano y se dirigió al lugar. Golpeo fuertemente al abusador, al punto de dejarlo inconsciente.
Luego se dirigió a Megan y le dijo:
-¿Estas bien?
La adolescente no sabía que responder. No se lo esperó. Que una mujer la salvara de un abuso. Esa gorda que tanto despreciaba.
Se levanto lentamente, despejándose el abundante pelo del rostro. Le respondió con una voz muy profusa:
-Si, claro, gracias.
Esa fría frase fue lo único que se le ocurrió. Luego recapacitó.
La miro fijamente a los ojos. Esa gorda repugnante había tenido el coraje de salvarla sin ninguna obligación. Sintió su humanidad. Su piedad, su integridad de mujer.
Observó esa grotesca imagen, con ese vestido pasado de moda, ese pelo renegreo y mal distribuido, esas piernas que se dirigían en dirección contraria, esa mirada celeste penetrante, con un sesgo de profunda bondad, que no pudo más. Las lágrimas le brotaban abundantemente, casi al punto de no dejarla ver.
-Perdóname Alison. Tú ves esto, este cuerpo y esta imagen – trago saliva acumulada en su boca y luego agrego - todos los días tengo que luchar para mantenerme así, para que otros me deseen. Siempre estoy expuesta a ser juzgada. No puedo fallar. Debo ser perfecta.
Se le arrodillo con su rostro sollozante y balbuceo:
-No provoco a los hombres. Solo debe ser lo que soy.
Alison se le acerco lentamente. Sus pasos eran pesados, como su cuerpo. La tomo fuertemente de su cara y le dijo:
-Anhelaba ser como tú. Ahora, solo veo a una pequeña niña temerosa. Tienes los mismos miedos que yo, las mismas incertidumbres. –luego agrego - .
-Solo que yo sé cuál es la respuesta.
Las dos adolescentes se abrazaron en una profunda comunidad de seres.
La crisálida, por fin, pudo salir a la vida. Un despertar de dos seres nuevos, con sus cascarones abandonados a sus espaldas.

Texto agregado el 09-05-2015, y leído por 248 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
11-05-2015 Existen momentos en la vida que nos hacen volvernos humanos.Es dificil que cambien cuando una situación como esa,las obligó a pensar y a aceptarse tal cual eran y mas aún existía un parecido interno***** Un abrazo Victoria 6236013
11-05-2015 Bella historia, llena de reflexión, el alma, siempre supera a la apariencia, saludos. krisna22z
09-05-2015 A veces tenemos momentos de iluminación, y con suerte duran un poco más. PiaYacuna
09-05-2015 Bello relato . Lástima que en la realidad seguramente Megan al otro día sería la de siempre y volvería a despreciarla . autumn_cedar
 
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