-¡No te creo!
-Enserio.
-Es que, no, la verdad, es imposible.
-Aunque no te parezca, es neta.
-Es que no puedo entender que...
-Que en tres meses no nos hayamos tomado ninguna foto. Lo sé. Créeme que tampoco concibo esa idiotez.
-Una vez estuvimos a punto, ¿no?
-Sí, pero mi maldita cámara falló.
-Bueno, creo que es predecible lo que vamos a hacer.
-Tal parece, pero vamos a hacerlo más especial.
-¿Cómo?
-Hay un señor junto al Altar a la Patria que hace caricaturas. ¿Qué te parece si vamos?
-Va.
Tomados de la mano encaminaron sus pasos del pie del cerro del Chapulín al destino premeditado.
Caminaron por los bordes de ése monumento vacío que algunos llaman, por ignorancia, Altar a la Patria. ¿Qué patria? ¿Cuál altar? Eso no era más que un montón de pilares de mármol levantados en nombre de la falsedad y el rencor.
Llegaron entonces al lugar ansiado. Un señor de mediana estatura, cabello negro, con un copete partido en dos y que sólo dejaba ver una parte de su frente, lentes que al contacto con el sol se polarizaban, prieto, pómulos rellenos, brazos grandes y manos de la misma condición, pantalón capuchino y zapatos negros.
En una "pared", cercana a un banquito donde se colocaban los que pretendían ser retratados, había fotografías del caricaturista con personalidades de todos ámbitos: un Secretario de Gobernación, algunas "conductoras" de televisión y un escritor.
-Espérenme tantito, ahorita los atiendo-dijo aquél, que estaba retirando el exceso de carboncillo en sus dedos-, si quieren pueden sentarse.
-Gracias-respondieron al unísono.
Ante la presencia de un solo banco, el caricaturista sacó de su localito un banco extra.
-¡Ahora sí!-dijo el hombre del copete en dos mitades-, qué van a querer.
ÉL y ELLA se miraron como respuesta a la estúpida pregunta del caricaturista.
-Tengo dibujos de 50 y 100 pesos.
-Uno donde salgamos los dos, por favor-dijo ELLA.
-Serían 100 pesos.
-Sí, no hay problema-dijo ÉL adoptando la posición típica de macho. ELLA lo miró extrañada. Pensó es mucho dinero. Pronto, una sonrisa proveniente de los labios de ÉL la tranquilizó un poco.
-Bueno, decídanse por una posición y manos a la obra.
ELLA colocó su cabeza sobre el hombro de ÉL; se tomaron de la mano, ÉL le dio la derecha y ELLA la izquierda.
Eso era como jugar a las estatuas; el que apenas se moviera cargaría con la humillación moral de haber perdido; por más entereza mental que se tenga, aquélla hará de las suyas y destruirá lentamente eso que nos atrevemos a llamar ego (del griego έγώ).
Mientras tanto, el dibujante platicaba con su asistente, o la que parecía ser su asistente; que si el cuñado era un desgraciado porque su hermana tenía que pagar todo y aquél sólo se la pasaba cheleando con sus amigos; que si el vecino volvió a dejar su Tsuru II en la entrada, etc.
En menos de 20 minutos el dibujante tenía listo el retrato:
-¡Listo, jóvenes!
Se levantaron de sus bancos. El caricaturista sólo dio unos lapizazos más y les entregó el dibujo.
-¿Qué es esto?-dijo ELLA. La situación era compleja: en el dibujo aparecían en la posición acordada. Hasta ahí ningún problema; la cuestión es que los dos salían con los ojos cerrados.
-Señor, ¿por qué salimos así?-preguntó ÉL.
El caricaturista tomó el dibujo, lo observó y esbozando una sonrisa dijo:
-Es que se aman tanto que parece que están soñando.
|