Solos, totalmente solos; nadie podía perturbar aquello, era como si hubieran quedado atrapados en una burbuja que impidiera que todo lo ajeno al momento encajase sus uñas.
Casi oscuridad total, la única luz era una lámpara con foco a medio agonizar.
En esa banca verde, bajo un árbol que no da otro fruto que fuera resina; en el camino pavimentado de hojas cecas sus manos se juntaban, sus miradas hacían lo propio; ése era el anuncio con trompetas doradas para que sus labios se juntaran e hicieran estallas aquél momento.
ÉL desenrollaba lentamente las cerdas de su cabello con yemas de los dedos. Éstos se deslizaban con calma por aquel caudal; cuando menos se pensaba cambiaron de posición a la nuca; de ahí subieron con delicadeza hasta los pómulos; ELLA sujetó su mano, en pocas palabras quiso decir no la muevas, por favor.
Sus manos descendieron. La de ÉL cayó sobre su hombro, ésta comenzó el camino bajo su blusa; sus tímidos dedos “caminaban” despacio por el borde de sus senos, pero una barrera impedía que aquellos continuaran su viaje.
Pronto sus bocas rompieron el puente; los labios de ELLA comenzaron un nuevo viaje a través de su rostro -¿hasta dónde llegarían?-. Paso a paso abandonaron los labios de ÉL, viraron al lado derecho de ellos y sosegadamente partieron hacia el cuello. Su posición en ese lugar provocó una marea de inefables sensaciones. Continuaron por debajo del cuello hasta arribar a la parte superior del pecho.
La mano de ELLA se deslizó con rapidez hasta la entrepierna de ÉL. La palma y los dedos frotaban su pene; subía la temperatura, mientras más estiraba la mezclilla más crecía el placer entre los dos.
Hábilmente fue bajando el cierre, acto seguido buscó su pene; lo tenía ya en su mano; comenzó a jalarlo, al principio con rudeza, pero después aquello se convirtió en algo totalmente opuesta al dolor.
Mientras tanto, ÉL recorría, con mayor dureza, sus senos; sus dedos llegaron hasta su pezón. Eso era ir más allá de lo conocido por ellos.
Su mano izquierda viajaba por debajo de su playera y hacía una travesía desde la espalda baja hasta el comienzo del brasier. Con esa misma mano lo quitó y sus senos quedaron totalmente descubiertos. La playera parecía no estar muy de acuerdo; ELLA pidió que la cortara para mayor comodidad.
No pudo más. Con fuerza ÉL la arrojó al piso. Encima de ELLA comenzó una nueva sesión de besos; comenzaron en la boca y fueron bajando hasta el pecho. Podía sentir su respiración sobre el pecho, podía sentirlo a ÉL, podía sentir un cosquilleo nunca antes sentido. ELLA estaba en otro mundo. Por fin entendieron qué era regalar un lago en el cielo.
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