Él sabía que Laura iba a dejarlo, lo sabía, pero disfrutaba tanto de esa dependencia permanente de Laura por él, siempre dispuesta y deseosa, llevándolo con ella a todas partes, la manera sensual de acariciar, de recorrer su cuerpo antes de apretarlo en la boca, hasta consumirlo. Soportó engaños con galletitas, caramelos, chocolates, ella siempre volvía y no hacía falta decir nada, sólo reencontrarse, ser uno en el humo. Pero esta vez, por la elocuencia que venía de las manos, los dedos, las uñas de Laura, por la manera de retorcerle el cuerpo, de aplastarlo contra sus propias cenizas, esta vez supo, también sin decir nada, que Laura lo dejaba para siempre. |