Por curiosidad y para ver que había más allá de su mundo, abandonó el sitial principal que poseía en el Monasterio.

Se fue sigiloso, con la certeza de que los monjes cuidarían celosamente el lugar. Su deseo, recorrer todos los mundos de los que había estado escuchando y que con seguridad habían cambiado drásticamente desde su última visita.

Uno a uno fue recorriendo pueblos y villorrios, nadie le reconocía, tampoco tenían por qué. Su humilde apariencia ocultaba la gran sabiduría e importancia de la que estaba investido.

Lentamente y a medida que avanzaba, sus sentidos se fueron llenando de ruidos. Escuchó todas las voces, los pensamientos más oscuros, los instintos más secretos y malignos. Fue testigo de los actos más ruines y en su calidad de forastero, víctima de las peores intenciones. Definitivamente todo estaba aún peor desde su última visita.

Aturdido de escuchar cientos de veces, las cientos de miles de palabras -siempre iguales- retornó al Monasterio.

Desilusionado, agotado, sentíase devastado por todo el triste cúmulo de emociones a las que se había enfrentado en su lamentable viaje. Le pareció un sufrimiento menor el volver a erigirse y clavarse en la cruz. Avergonzado, bajó su cabeza.





M.D