En el cajón del velador se escondía la foto de maría.
Todas las noches una luz entraba y una mano inmensa la tomaba delicada y tiernamente.
Encandilada, la foto nunca comprendió nada, porque para ser sinceros, las fotografías nunca han entendido nada del amor, solamente gritan y gritan esa historia eternamente inmóvil y en su grito son incapaces de escuchar razones.
La lámpara de velador lo sabía todo, ella también amaba a maría desde su corazón, frágil cual cristal, luminoso como ninguno y caprichoso como toda mirada, que ilumina solo lo que ve.
Amaba a maría más que a la electricidad que pasaba por sus cúpricas venas.
El gran problema es que maría a un par de kilómetros al
sur amaba a Manuel a gritos, pero esa es otra historia.