Los tres años más cortos de nuestra vida.


Pues aunque parezca mentira no pasó nada más, que en algo tenía que haber un punto final. Y eso es todo amigos, como decía el conejo de la suerte- siempre presto a ofertarnos una ración de sonrisas semanal por aquellos tiempos. Entramos sin saber quiénes éramos y salimos por aquella puerta, haciendo la cuenta atrás, con mayores dudas todavía. Pero, eso sí, con gallos en la voz, que parecíamos al tío Kiriko- por seguir con estos símiles dibujoanimalescos- y con un poco de sensación inconsciente de haber redimido condena durante aquellos tres años.
Habíamos sido todos todo y aunque no sabíamos realmente a qué habíamos concurrido allí nos largamos satisfechos como si hubiésemos superado alguna prueba. Habíamos sido habitantes de un castillo- con su foso y todo( baste recordar el tramo desde portería hasta cerca del Paraninfo)- sin mazmorras, de un hospicio sin hospiciados, de una cárcel sin barrotes y, sobre todo, partícipes de un proyecto innovador que no se ha vuelto a repetir en nuestra historia. Por mucho que se voltee una vez y otra el reloj de arena, nadie nos podrá quitar mientras vivamos aquella experiencia, aquel fenomenal barullo de gentes diversas. Aquella coctelera ha rendido sus frutos. Un proyecto arriesgado que prometía, en el más puro estilo del capitalismo feroz, cribar el grano de la mies.
Como mies separada en un rincón hoy lo veo desde la distancia, pero no me faltan palabras para hacerlo.