La Quitamores
Viene a mi memoria el recuerdo de aquellas historias que contaban los mayores, entre murmullos en las tardes de té con masitas y que los chicos escuchábamos a hurtadillas, como forma de adentrarnos en el mundo de los adultos.
-Vayan a jugar- nos decían- ¡Son cosas de grandes!
Fue uno de aquellos relatos los que aún perduran en mi mente y fue narrado por mi tía Ada.
Coincidió con la época de navidad que era cuando las familias se reencontraban con parientes que la lejanía impedía frecuentar.
En aquellos tiernos momentos de la niñez no creímos que fuera una historia real. La adolescencia nos hizo reír de aquello y que ahora en la madurez no dudo de la verosimilitud de la historia.
Ocurrió en su pueblo olvidado de Pipinas, de donde eran oriundos mis tíos,
-Ada,¿qué novedades tienes para contarnos?-
Arrancaba mi madre en aquella tórrida y bochornosa tarde de diciembre.
-En el pueblo andan todos sobresaltados con la muerte de la Quitamores, ya traspuso los límites del pueblo, es el tema nacional entre trágico y jocoso por las características de la víctima.
-Si,- contestaba mi madre.-No hay programa en la tele que no se hable de ella.
Como se conocían todos en el pueblo, no faltaban apodos y casi nadie era mencionado por su nombre de pila.
Fue así que a la occisa se la conocía con el mote de la Quitamores, la eterna amante, enemiga de esposas y venerada por los hombres del pueblo.
Su debilidad por los casados era conocida por todos. A la hora de su muerte cayeron en sospecha todas las mujeres despechadas por las andanzas de la desdichada Carmen, que recién se conoció su nombre en la lápida que la recordaba.
Apareció muerta en la tosquera, a unos mil metros de las últimas casas, yacía desnuda, sin signos de violencia, boca abajo, mostrando sus intimidades que a las postres eran conocidas por todos. Un osado tatuaje generó asombro en todas las damas y motivo de sonrisas cómplices por parte de los caballeros respetados del pueblo.
Llegaron investigadores de la capital de la provincia para ayudar a la justicia a develar el crimen y dar con el asesino. Nadie creía en la muerte natural de la mujer de 38 años en aquel páramo cercano a la ruta 11.
Casada con el vasco Uzcudúm, alias Rino, diminutivo de Rinoceronte, por tener cuernos hasta en la nariz, se habían conocido en el baile del aniversario del pueblo hacia algo más de 15 años. Se casaron en la iglesia que daba a la plaza principal, donde a escasas cuadras formarían su hogar.
-¿Qué se dice en el pueblo?
-De todo, son todos sospechosos, no se salvó ni el cura Satán.- con quien la mujer solía confesarse día por medio, en horas un tanto desaconsejables.
En Pipinas, una localidad de casi mil habitantes fueron llamados a declarar a 285 sospechosos, 270 mujeres y solo 15 hombres.
Todas las declaraciones parecían similares, todas las mujeres odiaban a la víctima, entre los hombres 14 de ellos quisieron huir con ella lejos del pago. La de Rino, fue la declaración mas espontánea, la amaba fervientemente y nunca le haría nada por dañarla o herirla.
En el Club Social “Corcemar”, se tejían las más extrañas hipótesis. La más difundida era que la Quitamores había cumplido con su propósito de enamorar a todos los hombres y su vida ya no tenía sentido, también que un forastero dueño de los campos del Samborombón la quiso raptar para llevarla a trabajar como prostituta en el boliche “El rancho e´goma” un bailable que parecía que se bamboleaba al ritmo de la cumbia. El proxeneta la quiso obligar y ante su resistencia la habría asesinado.
El tiempo paso y poco a poco desapareció de los medios estas historias pueblerinas y el interés del público y hasta de la justicia por hallar la verdad.
La verdadera historia la conocí no hace mucho tiempo, cuando su hermana menor, la Popotito me contó los pormenores que llevaron a la Quitamores a tomar una drástica decisión.
Fue en aquella mañana de agosto cuando su amor de toda la vida, el vasco Uzcudum la abandonó y huyó con un camionero de “Transportes Mariposa”.
Abrumada por la pérdida se dejó caer por los barrancos de la vieja cantera.
En la lápida que la recuerda se puede leer “Aquí yace Carmen, la mujer más amada del pueblo de Pipinas”.
OTREBLA
|