Encontradizos (como otra cualquiera de las artes escénicas).

En el tráfago de la pequeña ciudad de provincias acabo, casi siempre, topándome con quienes no deseo. Lo atribuyo a un fatum existencial, aunque últimamente he observado cierta lógica en los movimientos. No sabiendo exactamente si es producto de una mente- pues en otro caso iría de cabeza al mundo paranoide- he configurado el hecho en sí como una confabulación, paradójicamente.
Es decir, una confabulación para evitar caer en la paranoia- que producirían los hechos naturales y corrientes- pues no puede ser casualidad tanto encuentro desagradable.
Sea como fuere- mi destino trágico, o un acuerdo generalizado de mis enemistades- hay que pensar- por pura salud mental- que existe en aquello alguna suerte de concierto.
Es más práctico y saludable, con independencia de que sea cierto. A veces el imperio de la verdad resulta pernicioso (en pura teoría, existe- la verdad, me refiero-, pero su consecución dificultosa hace que tomemos el más práctico camino de en medio).
Pero a lo que iba, tanta concatenación de adversidades no puede ser espontánea. Hay conjura o hay que imaginarla, por pura necesidad, si uno quiere seguir paseando bajo los soportales de la plaza y otros lugares de esparcimiento.
Si hay confabulación confío- quizá vanamente- en que se disipe de manera natural; en que las gentes se centren en sus asuntos, si es que los tienen, y no hagan de mí un asunto propio. A tal fin me empleo con moderación en mis devaneos y aunque no descarto la hipótesis de que me encuentre ante supremacistas, considero que la atención que me dispensan se disipará como una moda.
En otro caso no cabe esperar más que un sepelio. Esperando que no sea el mío, les emplazo para una segunda entrega aclaratoria de todos estos hechos. Todo sobre la base de que no caiga este escrito en manos indebidas y persistan en, e incrementen por ello su ensañamiento.