Quieta y estática, se percibe
su silueta, dibujada en el trasluz
de un portillo detenido en el tiempo.
Por manos, añosos sarmientos,
que culminan en ese bastón
sobre el que golpetea el dedo cordial.
La vitela de su rostro, hoy ya mustio,
guarda una envidiosa serenidad,
que lo sostiene por sobre este presente.
En el dúo de sus ojos, como gran fanal,
como fulgores, todavía se destacan,
picardías que solo son recuerdo.
Segada la sonrisa en los vallados labios,
insinuante, apenas se percibe
por debajo del cano pelambre de su bozo.
Enteras y quietas tardes gasta
en invocar idas vivencias
de su asturiana juventud.
Aún, la mar salobre le aroma,
Y “Campanines de mi aldea” le endulza
triste, en su oído, la añoranza.
Descansa sus cansadas piernas
en esta plaza que hoy le deja
con migas de pan, engordar palomas.
En la dormitada somnolencia,
cada vez más cerca de ella,
la so muyer de la mano le lleva.
Volver a Asturias una vez quiso,
retornar a la sidra y al carbón,
y nunca más tierra asturiana pisó.
Constructor importante de este paisaje
simboliza su figura señera
el añoso migrante que encarna. |