Kalachi
Me encuentro en Kalachi, en Kazajistán, un pueblo perdido del Asia con una población que no llega a las 700 personas, situado a 440 kilómetros de la capital Astana.
Mi curiosidad y mi especialidad en tratar los trastornos de sueños me condujo hasta estas lejanas tierras, para investigar un extraño padecimiento de sus pobladores que entraban en un sopor profundo que los hacía dormir por días seguidos.
Ya hace dos meses que me encuentro en la región, invitado por el “Hospital
Central Abai”, nombre dado en homenaje al escritor y poeta local del siglo XIV.
Una casualidad me llevó a dar con tres curanderas Kazajas residentes en la ciudad de Alma Ata, ex capital de Kazajistán, cuya especialidad eran el chamanismo; todas ellas trabajaban en el Centro de Terapias Alternativas. Sus métodos de curación estaban siempre acompañados de objetos que les fueran legados por sus antepasados.
Una mujer de unos 40 años, la más accesible a mi consulta, utilizaba alubias con las que podía ver el futuro y el pasado. Basaba su método en los sueños, algo que me atrajo mi curiosidad.
Me comentó que había soñado con mi presencia la noche anterior.
En él, veía el viaje suyo a Kalachi con el extraño visitante que provenía de occidente, de tez blanca, canoso, al que debía acompañar.
Me resulto más que sencillo convencer a Aruzhan de ayudarme en mis investigaciones.
Aruzhan, que en idioma kazajo significa “alma bella”, tomó sus alubias, el Corán y con sus escasas pertenencias emprendimos el viaje al pueblo de los soñadores.
Nos encaminamos por la ruta 36 hasta la localidad de Esil y de allí por un camino de ripio rumbo a Kalachi.
A medida que nos adentrábamos al pueblo, un silencio sepulcral se apoderaba de las calles. Parecía un páramo, eran las 21:00 de un jueves de primavera y ninguna presencia humana parecía habitarlo.
Aruzjan en las casi 8 horas que duro el viaje no emitió palabra alguna, se aferraba al Corán y emitía inentendibles murmullos semejantes a un rezo.
Solo en el momento de ingresar el pueblo tomó sus alubias, miró hacia el cielo y dijo:
-¡Detente!, ya está todo perdido
Un tono dramático que helaba la sangre me hizo que frenara bruscamente el vehículo, al tiempo comenzaba a relatar el sueño que tuvo en el trayecto.
¡Están todos muertos!-Lanzó su segunda frase
Una cotidianeidad hacía que fruto de su práctica chamanística, el contacto con los muertos fuera de lo más habitual. Su visión era la de espíritus sobrevolando el espacio
-Han llegado para ayudarme
-¿Quienes?-Respondí súbitamente
-Los espíritus de mis antepasados
Daba la evidencia de estar en un estado de trance; una práctica que la introducía en universos paralelos donde moraban los espíritus que la secundaban en sus terapias. Había estudiado que los Chamanes tenían esa capacidad de modificar la realidad y la percepción colectiva de ésta, fuera de toda lógica, creando un efecto de fascinación entre los grupos.
En esos momentos solo pensaba en mi Buenos Aires lejano, en mis afectos, en mis proyectos, y curiosamente, en mis propios antepasados. Veía desfilar a mis abuelos, a mis tatarabuelos y figuras que no podía reconocer pero que sentía afines y cercanos.
No se di me quedé dormido o el tiempo avanzaba con un ritmo inusual porque en un instante nos sorprendió el amanecer dentro del automóvil, casi en misma posición que cuando llegamos a Kalachi.
O todo parecía pertenecer a un sueño o tal vez estaba saliendo de la vigilia entrando en otro; la realidad o el paseo onírico en la mañana en el pueblo fantasma.
Volví a repasar los últimos momentos antes de despertar. ¿Cuánto habría dormido?
En mi mente seguía presente aquella frase de la curandera Kazaja cuando abordamos el pueblo.
-¡Detente!, ya está todo perdido
-¡Están todos muertos!
Muy cerca de donde estaba, descubrí un Corán y unas alubias, con que una mujer y en no sé en qué tiempo me reveló los secretos de Kalachi
OTREBLA
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