El cofre de madera

A veces cuando piensas mucho una respuesta a algo, terminas con más dudas de las que empezaste, pero esta noche no es así, he logrado que todo quede atrás; las palabras, los sonidos, las risas, todo, absolutamente todo lo que no me ha dejado en paz. Me llamaran egoísta, es lo más seguro, pero he decidido regresar, y en la forma más irónica que pueda sonar esto, diría que pienso recuperar mis memorias en ese lugar lleno de historias bacías y días sin fin. Solo llevo una vieja mochila a mi espalda, pude haberme llenado de más cosas, pero me di cuenta que solo necesitaba mi pluma y mi cuaderno para comenzar. Tome el primer metro que encontré, el sollozo de la gente me parecía como el sonido de la aguas moviéndose con la corriente. Todo era diferente, ahora podía disfrutar de los placeres que solo los que han tocado la eternidad pueden respirar. Mi estación estaba por llegar, mis primeros pasos se remontaron con gran velocidad al primer recuerdo que tengo de ahí, y mientras la multitud corría presurosa a subir las escaleras, un pequeño niño con pasos frágiles caminaba del brazo de su madre hacia su destino, entonces mi conciencia regreso a mí. Sabía que tarde o temprano regresaría, es por eso que deje fragmentos de mis memorias en el camino, por si no recordaba hacia dónde dirigirme. Uno a uno, mis pasos andaban por aire y sombras. Al salir del metro sentí el jugueteo del viento con la noche, y como este bailaba con los destellos que la luna le brindaba. Casas llenas de nostalgia rodeaban mi camino, como grandes vigías del tiempo que solo pueden observar como los segundos marchan a su muerte. A escasos metros pude vislumbrar la gran puerta que esperaba ansiosa mi llegada y sin más demora, acudí con las energías aun vivas en mi interior, pero al dar el primer paso dentro, una marejada de emociones lleno mi ser, reír y llorar se habían convertido en una misma cosa, las palabras se desvanecían con los sonidos de mis lagrimas. Con una firmeza que solo había conocido algunas ocasiones, camine hasta el último testigo de mi pasado; mis manos se empezaron a cuartear por la tierra que removí hasta que mis dedos tocaron un pequeño cofre de madera y, como en la ultima ocasión, no había nadie observando mi crimen, solo que ahora la sentencia había acabado y el momento de dejarlo libre había llegado. Saque aquel viejo anillo que jamás pude darle a la mujer que mas había amado, a pesar del polvo que lo cubría, seguía teniendo un etéreo brillo que se torno cada vez más brillante al limpiarlo con mi playera. Al fin eres libre, -dije- mirando hechizado el anillo, es tiempo de regresarte tu nombre. Quería marcharme pero sabía que tenía que dejar un equivalente en ese pequeño cofre, y lo único que tenia para ofrecer era el collar que porte los tres años que desaparecí. Una parte de mi no quería dejarlo y otra me pedía a gritos que terminara con ello de una vez por todas; suspire como para recuperar el pedazo de alma que quería escapárseme. El cofre volvió a su lugar con un nuevo prisionero mientras yo regresaba por mis pisadas al camino que enmudecía cómplice de mis pecados.