Querida María:
Te extraño.
Sé que me pediste más de una vez que no haga esto, que no te escriba, que no te busque, que te olvide. Pero no puedo. Te extraño, y ya no sé cómo manejarlo.
Me rompiste el corazón. Si, nunca me anime a decírtelo, pero así es. Fuiste la primer mujer que amé con intensidad. Fuiste la primer mujer que logró hacerme feliz. Y me dejaste.
Probablemente sea egoísta querer que estés acá de nuevo. Sé que desde que te enteraste lo único que quisiste era irte. Pero en ese momento vos fuiste la egoísta, no te importó lo que yo sufriría. Te despediste de mí, como si no fuera gran cosa, escuché el sonido cuando tu avión partió. Pero no me animé a ver. En mi mente seguís acá. Y tal vez sea por eso que todavía te busco.
Sé que esto parece solo una carta de despecho, de alguien que quedó obsesionado con vos... tal vez así sea. Tal vez me obsesione. Si, tal vez es obsesión buscar en otras tus rasgos, que todas las demás mujeres con las que salí tengan un particular detalle que me hagan acordar de vos... pero también todas ellas tienen algo en común que vos no tenías. Ninguna de ellas son vos.
Me enseñaste muchas cosas, pero hubo una que nunca aprendí. Nunca aprendí a vivir sin vos. Y por eso te sigo buscando, sabiendo que no te voy a encontrar. Porque me dejaste un vació de un tamaño justo, un vació que solo vos podes llenar.
No hay mujer que iguale la pasión de tus besos, la contención de tus abrazos, la ternura de tu mirada, la alegría de tu sonrisa, la sensualidad de tus curvas, la gentileza de tu ser. En pocas palabras, no voy a encontrar mujer que te pueda igualar. Y en este punto de mi vida, después de tanto tiempo que ha pasado... ya ni se si quiero. Si, creo que ya me estoy resignando. Me estoy acostumbrando a vivir de tu recuerdo, lo encuentro más gratificante que intentar reemplazarte... Tal vez llegue el día en que vuelva a encontrarte.
No queda más por decir, más que te amo, te sigo amando, y lo voy a seguir haciendo.
Hasta que el destino nos cruce.
Matías.
Luego de releer para si mismo la carta, la colocó dentro del sobre y lo cerró. Una lágrima brotó de los ojos del muchacho, danzo por sus mejillas y se depositó en sus labios.
Se agachó, susurro unas palabras y cuidadosamente colocó el sobre apoyándolo en una lápida que rezaba "María Escalante 1972-2003".
Las lágrimas que ya no se disimulaban en su rostro, comenzaron a entremezclarse con las gotas que comenzaron a caer. El cielo lloró con él. |