Sin recordar la última imagen onírica,
buscando una palabra me despabilé.
Justo cuando irrumpía el sol,
ese eterno infiel de este lado de la tierra,
filtrándose entre las faldas y la luna,
para evaporar, lascivo, la humedad nocturna.
El agua matinal del baño, evocaba la vida
en cada uno de los poros de mi geografía,
mientras mis dedos restregaban, con especial cuidado
la base de mi blanca cabellera, evitando,
que de la mente escapar dejara
mi continuo indagar sobre la palabra buscada.
Con especial aliño, cada prenda
ajusté sobre este armazón llamado cuerpo,
a punto tal, que frente al espejo que me miraba
deje mi corbata a medio acomodar.
No quería que la sangre su trajinar
hubiera interrumpido, haciéndome olvidar
que mi mente, buscaba una palabra.
Compartí el desayuno, café cargado,
con quien desde el televisor me daba
el estado del clima y alguna otra pavada.
Como cada día, raudo y diligente
tome mis llaves y al ascensor partí,
sin olvidar que mi mente una palabra buscaba.
Metido en multitudes que sin pudor
ni alguna discreción de continuo me rozaban,
deambulé en el tumulto, uno más entre la plebe.
Evitando que las linduras veraniegas
de mujeres escotadas, distrajeran
el afán de mi mente, por buscar una palabra.
Como zángano perenne trabajé todo el día,
en mi continuo hacer nada.
Rondando en mi cabeza, dale que dale
la búsqueda de una palabra.
Resignado a no encontrarla,
caída ya la tarde, final de la jornada,
quite todo inútil revestimiento
de esta materia que llamo cuerpo.
Y feliz frente al mundo, desnudo estaba
cuando sobre mi dorso se apoyó la mano
electrizando la dermis acalorada.
Apareciendo, sola, al instante la palabra: “tu” |