Cierro los ojos, la noche me tienta a dormir, no puedo, mi plan de contar ovejas ha fracasado. Me muevo como un gusano intentando encontrar el sueño, nada. Las sábanas me hacen cosquillas, el alma me pesa, me siento invitada a levantarme. Vuelvo a recorrer las habitaciones vacías de mi casa por tercera vez, monólogos sobre mi existencia vienen y van. No temo a la oscuridad, ella es mi luz, mi compañera de vigilia. Me rehusó a seguir tomando somníferos, aunque mis manos tiemblan por una de ellas. Miro a la luna buscando consuelo, su luz me envuelve y hace de mis ojos su esclava. Me miro en mi espejo de obsidiana... Ya no soy la misma.

Mis cabellos más alborotados que nunca, me dan una apariencia felina. Hay un brillo maligno que se refleja en mis ojos, crece con cada latir de mi corazón. No quiero razonar ya, es muy tarde para meditaciones. Mi único deseo ahora es encontrar a ese ser mitológico, secreto de mis ancestros. Mis labios se estremecen de tan solo imaginármelo, será alimento para mi cuerpo cuando lo encuentre.
Las flores de mi piel se despiertan, es señal de ir en su búsqueda. El gramófono ha empezado a reproducir una canción de cuna, cantada por las negras libertas a sus retoños, allá en el arrabal. Recordarlo me punza las sienes. Recordarlo hace que lentamente me desvanezca en un sopor extraño con el cual no puedo luchar. Los primeros rayos de luz dan su estocada final, ya no puedo más, cierro completamente mis ojos, me sumerjo. Los ancianos de oriente hablan de mí como una leyenda negra que aparece solo en luna llena en busca de almas arrastradas por la lujuria. ¡No les creas! Después de todo, que saben ellos de mi origen.