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No era temprano cuando se levanto. Se permitió el lujo de quedarse un poco más en la cama. Remoloneado.
Sintió los ruidos en la cocina de quienes se estaban preparando el desayuno, seguramente sus hijos, o tal vez su marido apurando el último mate antes de irse a trabajar.
Se levantó despacio, como disfrutando hasta el último segundo de esa sensación de calidez que le brindaban las sábanas y las cobijas. Se paró frente al espejo, miró su cuerpo bajo del camisón, pensó que no se veía muy sexy con ese viejo camisón, y recordó otros tiempos, cuando sola la piel la acompañaba en sus sueños. La piel y otras sensaciones que con el tiempo se perdieron.
Con sus manos arreglo lo mejor que pudo su cabello y se dirigió a la cocina para desayunar. Sobre la mesa los restos y los trastos usados, denunciaban que ya todos habían desayunado y, como siempre, se habían ido sin limpiar ni acomodar nada.
Para que, si para eso estaba ella. A eso sentía que se había reducido su función en la casa: la que acomodaba y limpiaba.
Tomo dos o tres mates algo fríos, mordisqueo unas galletitas, y con el último mate en la mano, se dirigió al baño a encender la ducha.
El vapor empañaba el vidrio del botiquín, cuando, quitado ya el camisón, volvió a mirarse en el espejo. Con la mano limpió un poco el vapor y vio su rostro a través de la humedad del espejo, no estaba desconforme, sabía que ya no era joven, pero a sus cuarenta y pico de años se sentía aún atractiva. Aunque en su casa ya no lo notaran.
Es cierto, le disgustaban algunos kilos de más que que tenía y que, el siempre postergado régimen, nunca bajaba, como tampoco los bajaba la rutina de tres veces por semana ir al gimnasio.
Pero no eran kilos para desesperar, nada que no pudiera disimular una trusa que ajustara o un pantalón que no cediera.
Se metió en la ducha, la calidez del agua le produjo un suave cosquilleo, como hacía tiempo no sentía, dejó que cabello se empapara y que se le fuera pegando sobre el cuello y el rostro.
Trato de ir organizando mentalmente su día. Saldría de la ducha, se vestiría con esmero, tratando de destacar ese cuerpo que conservaba muchos rastros de su juventud y que sabía era mirado cuando andaba por la calle, se sentaría en la mesa a tomar un café, tal vez comer dos o tres galletitas mas, mirar un poco de televisión, algún programa pasatista de esos que están por la mañana embobando a las amas de casa.
Arreglaría la casa a las apuradas, mas para tratar de que pase el tiempo rápido que por otra cosa, y finalmente, alrededor de las dos menos cuarto de la tarde saldría para su trabajo.
Mucho antes que se diera cuenta, ya se encontraba sentada en el tren, escuchando música de su celular por los auriculares, disfrutando del perfume con que había rociado sus muñecas y su cuello y, fundamentalmente, pensando en cómo sería su encuentro esa tarde.
Podía decir que no lo conocía, apenas si se habían visto una sola vez y por muy pocos minutos, no sabía si lo breve del encuentro se debió a su nerviosismo, (soy una idiota, pensó,) o a que no había despertado interés en él.
Era raro, algo extraño su comportamiento, recordaba que la primera vez que le envió un mensaje, por mucho tiempo no recibió respuesta, luego la justificación fue que no le gustaban esos mensajes que se mandan a varias personas con la obligación de retransmitirlos bajo pena de no sé qué calamidades.
Sonrió, como excusa no era buena, pero tenía razón en que esos mensajes resultaban pesados.

Luego, durante recibió casi a diario mensajes y llamados de él, hasta ese día en que se conocieron. Después, una o dos veces volvió al silencio de semanas.
El tren detuvo su marcha final en la estación cuando, sonriendo, recordó como habían acordado el encuentro de hoy, fue luego de una confusión que le trajo algunos problemas en su casa pero pudo solucionar, al menos eso creía.
El decidió llamarla y preguntarle si podía verla ese sábado en su trabajo, única posibilidad, dado que durante la semana no había posibilidades de verse. Serían las tres de la tarde cuando llegó a la casa donde tenía que trabajar, no se sorprendió cuando la dueña le abrió la puerta, sabía que estaría, pero hubiera deseado que, al menos ese día, no estuviera.
Conversaron las trivialidades que pueden conversar dos personas que apenas si se conocen y tienen la obligación de compartir unas horas juntas, y estaban tomando un café cuando sonó su celular.
Sabía que era él. Lo estaba esperando, volvió sentirse nerviosa, pero no quería demostrarlo ante esa extraña mujer que casi no le prestaba atención.
Atendió el teléfono y escucho su voz. Su voz la estremecía, le resultaba cálida y a la vez confortante, al menos en el teléfono, no recordaba muy bien como era su voz escuchada personalmente, los nervios de la primera vez le había hecho olvidar ese detalle.
Cuando sintió que estaba esperándola en la puerta, su primer impulso fue correr hace él y verlo, pero no, no era lo que se había propuesto, mantuvo la conversación un rato, sintiéndolo cerca y a la vez sintiéndose observada por la dueña de casa.
Deseaba verlo, observar su rostro y sus gestos, pero más deseaba tenerlo allí, a metros de donde ella estaba, saber que la esperaba y que tenía interés en verla, y saber que era ella la que podía definir la situación.
Esa sensación de poder sobre él la excitaba aun mucho más que la posibilidad de verlo, ella dominaba los acontecimientos y lo mantenía allí, deseándola y queriendo verla pero no pudiendo hacerlo.
Luego de unos minutos le dijo que no, que no podía verlo, que tal vez otro fin de semana, y en sus ojos una chispa de picardía se encendió pensando en la cara de decepción que tendría.
La chispa se apagó cuando regresó a su casa, cerca de las siete y media de la tarde, ya antes de atravesar la puerta, se dio cuenta de que volvía a la rutina de limpiar, lavar y acomodar, sin que nadie se diera cuenta de su presencia, y, lo que era peor, sin que nadie prestara atención a su perfume y a la ropa que con tanto esmero había elegido para vestirse.
Tenía su mano en el picaporte cuando recordó el “hola…. Como estas” con que él la saludó por la tarde en el teléfono y al instante se preguntó si su juego no merecía otro final, un final distinto a este, de estar entrando a su casa donde solo le preguntaría como estaba el silencio.
El silencio de todos los días.

Texto agregado el 30-04-2015, y leído por 209 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
30-04-2015 Lo leí con interés, dado que jamás había leído tu prosa. Resultó agradable cómo presentas todo, desde la perspectiva de la mujer, eso está muy bueno. ¡Cuántas veces se arrepienten ellas, de "jugar" como bien dices! MujerDiosa
30-04-2015 Has escrito estupendamente. Es la forma idónea de llegar al lector. elpinero
30-04-2015 A veces las expectativas están muy lejos de la realidad. granada
30-04-2015 Excelente narrativa . autumn_cedar
 
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