El graznido de las bestias
socarrones engendros, infecta especie
que puebla y se refocila con nuestras existencias
tal si fuera un cáncer terminal.

Diminutos y dañinos monstruos
que envenenan con su peste
los párvulos recintos de la inocencia,
son todopoderosos en la inercia
de las jaurías atemorizadas y obsecuentes.

Si un dios cualquiera apuntase su diestra
sobre estos demoníacos mirmidones
nada ni nadie podría evangelizarlos
ya que en sus centauros de lata
expenden los mortales fluidos para el alma.

Todos se prosternan ante ellos con la rasgadura de una sonrisa,
que no es más que el terror disimulado en sus muecas,
son dioses terrenales, dioses oscuros y legos en humildad
que demuelen paso a paso y dentellada tras dentellada
las raíces no tan profundas de la virtud,
viajando en sus centauros de lata, superchería ambulante,
que es la base de su majestad en las penumbras.