Andate con ojo
Aprovechando el oportuno estornudo de Olivia, el ojo derecho salió de su cuenca y tomó impulso a la altura del pómulo para saltar por la ventana.
Tras sortear la prominente cornisa, se adhirió a la fachada exterior, e impulsándose a través de un pequeño bote, alcanzó el canalón de desague y se deslizó por él para plantarse de lleno en el suelo urbanita.
Creyó recordar que Olivia tomó la calle de abajo para hacer lo que, viniendo al caso, no admitía dilación por grande que fuese la excusa, dada la gravedad del asunto y lo mucho que a él le incomodaba aquel inconveniente.
Rodó pues el ojo calle abajo, trayéndose a la córnea el polvo del asfalto y la contaminación del humo espeso y caliente.
Dobló la esquina para toparse con una repulsiva cucaracha que le erizó el iris, los conos y los bastoncillos. Si le hubiese devuelto la imagen al cerebro de Olivia, esta ya hubiese puesto el grito en el cielo, subiéndose a la espalda del primer viandante que se hubiera cruzado en su camino. Pero como pese a estar congestionado, él era un ojo valiente y objetivo, porfió en no demostrarle su temor y le hizo frente. Finalmente, el insecto se ajustó a la anchura de una pequeña grieta en la acera y desapareció, rumbo a su nido.
Continuó el ojo calle abajo sorteando cualesquiera obstáculo que le vino en grande y llegó a destino con una generosa conjuntivitis y picor extremo.
Se adentró en la consulta del oftalmólogo y aguardó su turno echándole un vistazo a una revista médica que hablaba de glaucomas, de desprendimientos de retina y de astigmatismo.
-¿Qué le trae por mi consulta?
-Soy el ojo de Olivia. Tenía una cita con usted el miércoles pasado, pero le surgieron planes menos embarazosos y decidió postergar la visita.
-Olivia Vaquero. Si, la recuerdo.
-Ya sé que esto no es lo habitual doctor, pero no podía esperar más. Me molesta muchísimo y temo perder la visión.
-Si. Olivia me comentó que desde hace un par de meses viene sintiendo una pequeña molestia en el ojo derecho. Quiero decír, en usted.
-Pequeña molestia, dice. Cada vez que esa irresponsable parpadea, me raspa a muerte. Además, veo nublado y me reseco mucho. Es horrible.
-Siéntese aquí, haga el favor, que voy a echarle un vistazo.
-¡Alabado sea Dios!
El ojo se subió a la butaca y se dejó enfocar por la lente que el médico acomodó sobre él.
-Está usted muy irritado- exclamó el médico para ajustar la lente-. Nunca había visto un ojo tan irritado como usted.
-He venido rodando calle abajo y está todo hecho un asco. No sabe usted la cantidad de porquería que se me ha adherido. Aunque lo peor ha sido cuando me he quedado pegado a un escupitajo de esos con flema. ¡Me las he visto y me las he deseado para conseguír zafarme de él!
-Bueno, nada que no se solucione con un buen colirio.
-Siendo así...
Continuó el doctor observando el interior del ojo cuando, de repente, se llevó las manos a la cabeza.
-¿Qué ocurre, doctor? ¿Es grave? Si ya lo decía yo...
-Pues...
-¿Qué tengo? ¿Un glaucoma, acaso?
-No, no...
¡Dígame lo que tengo, doctor!
-Una viga... Tiene usted una viga del tamaño de una catedral. ¡Hay que operar de inmediato! Llamaré a una ambulancia para que le traslade al hospital. Aguarde un momento y no se mueva de aquí.
Camino del quirófano, al ojo aún le quedaban arrestos para preguntarse si aquella dichosa viga que tanto le molestaba, no tendría algo que ver con el hecho de que su propietaria no hiciera otra cosa que ver la paja en los ojos de los demás.
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