El gobernador de Luisiana ofrecía 5.000 dólares de recompensa por su captura y él a su vez, 50.000 por la cabeza del gobernante. Quién hacía gala de ese sentido del humor en esos Estados Unidos en que despuntaba el siglo XIX y que contaba ya con 5.000.000 de habitantes, era Jean Lafitte, pirata y contrabandista. Tenía su base de operaciones en la isla de Barataria, en los pantanos de Nueva Orleans y una empresa de importaciones clandestinas le había permitido sumar a sus actos de piratería actividades dedicadas al contrabando. Corría el año 1812 y era presidente de los Estados Unidos, Andrew Jackson. El país entraba en una nueva contienda con Inglaterra, la llamada segunda guerra por la independencia de Estados Unidos. El poder de Jean Lafitte estaba en declinación y fue, en ese momento histórico que tomó su decisión de enrolarse en las filas del ejército de la unión. La ofensiva inglesa contra Estados Unidos iba ganando terreno y el capitolio y la Casa Blanca iban a ser incendiados. La ciudad de Nueva Orleans estaba amenazada de ser ocupada. La coyuntura no podía ser mas favorable para Jean Lafitte. El carruaje que conducía al aventurero del mar se detenía ante la casa del gobernador de Nueva Orleans, el hombre que durante años lo había perseguido con un estado de ánimo como es lógico suponer, completamente dominado por la turbación del acoso de la persecución y el deseo de prestar un servicio patriótico, Lafitte se presentó ante el gobernador. El encuentro entre los dos hombres estuvo signado al comienzo por una situación muy embarazosa, mas por parte del gobernador que del pirata. Se resistía a creer que tuviera ante su presencia al hombre que había perseguido durante tanto tiempo.
- ¡Usted Señor! - dijo finalmente el gobernador.
- No me sorprende que pueda asombrarle mi presencia en este lugar, pero en este momento tan difícil para nuestra patria ambos tenemos que acudir a su llamado. Vengo a ofrecerle mi ayuda ante la difícil situación en que se encuentra Nueva Orleans.
- Acepto su ayuda ya que es el patriotismo lo que lo lleva a ofrecérmela y valoro su actitud. ¿Qué aconseja usted para la defensa de la ciudad?
- Propongo que se forme adelante una línea de soldados con menor poder de fuego y otra con mayor detrás. Yo por mi parte, atacaré a los ingleses por la retaguardia con trescientos de mis hombres.
- Su idea me parece muy buena y lo secundaré. La presencia de sus hombres a su vez contribuirá a dar ánimo a la población que está muy atemorizada ante el exitoso avance de los ingleses.
Finalmente los ingleses se dirigieron a la ciudad con la intención de ocuparla. Era un día neblinoso en que el sol alumbraba mortecinamente con resplandores inquietantes. Al son de la música que provenía de gaitas escocesas y con sus banderas ondeando al viento iniciaron el ataque. El comienzo de la lucha fue un horrísono fuego de artillería por ambas partes se luchaba en campo abierto aunque no muy lejos de la zona pantanosa de Nueva Orleans, los soldados norteamericanos plenamente consientes que tenían que habérselas con tropas de prestigio, buscaban no ceder el terreno. Sin embargo, el empuje británico era arrollador y se vieron obligados a retroceder. Fue entonces cuando entró en acción la segunda línea norteamericana. En momento en que la batalla había cobrado el máximo de intensidad y en que la suerte de las armas era bastante desconcertante, se produjo el ataque a las tropas inglesas por la retaguardia por parte de los 300 piratas de Lafitte, los ingleses no contaban con la entrada en combate de este nuevo enemigo. Los depredadores del mar de Lafitte era la primera vez que libraban un combate en tierra pero lo hicieron con el mismo coraje y resolución que en el mar. Los ingleses apenas repuestos de su sorpresa, poco a poco comenzaron a replegarse y su retirada que en un principio quiso ser ordenada se convirtió en un completo desbande. En su precipitada huida abandonaron banderas y estandartes que cayeron en poder de los patriotas norteamericanos. Nueva Orleans se había salvado, esa ciudad ubicada en la desembocadura del río Mississippi se había convertido en el símbolo de la resistencia del sur de los Estados Unidos y un hombre había sido clave en esa historia, Jean Lafitte. El gobernador de Nueva Orleans no cabía en sí de gozo y dispensó a Lafitte los honores correspondientes, al recibirlo le dijo: tengo con usted una gran deuda de gratitud por lo que ha hecho en la defensa de nuestra ciudad. Su comportamiento ha sido el de un verdadero patriota. En recompensa procedo a indultar sus actos de piratería. El patriotismo del aventurero del mar había redimido su oscuro pasado.
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