Estábamos todos en nuestra visita de turno a las letrinas. Teníamos sólo tres minutos para evacuar. Sólo necesitaba orinar porque había defecado en el turno de la mañana. Al pararme frente al retrete, me congelé. No salía nada. Estaba ahí, sosteniéndome la verga, apuntando, y nada salía. Sentía unas ganas inmensas de orinar, pero mis esfínteres estaban necios. Todos ya habían terminado y estaban formados en el corredor. Sabía que estaba a punto de lograrlo. Si daba marcha atrás, si me salía del puesto, tendría que soportar las intensas ganas por varias horas hasta el siguiente turno. La podía sentir aproximándose, corriendo por la uretra, goteando y... al fin... salió.
El sonido del chorro hacía eco en las silenciosas letrinas. Luego escuché las botas del instructor Castillo aproximándose. Sabía que estaba en problemas. Supe que se paró detrás de mí, y podía verme por la falta de puertas en los puestos.
– ¡Cabo Pastel, más vale que tenga una buena excusa para haberse excedido del tiempo para usar las letrinas!
– ¡Señor, el cabo tuvo problemas para orinar pero ya lo logró, señor!
– ¿Qué le pasa, cabo Pastel? ¿Le da miedo mear sin la seguridad de su casita?
– ¡Señor, no, señor, el cabo sólo necesitaba de tiempo para aflojarse, señor!
– Larva... prosiga.
– ¡Señor, gracias, señor!
Para esto había perdido la concentración y me había bloqueado de nuevo. Podía sentir la orina apilándose, forzándose hacia el exterior. El dolor se me estaba acumulando insoportablemente hasta que por fin pude resumir la evacuación. Por algún motivo el sonido del chorro me avergonzó y apunté hacia la parte seca del retrete. El leve sonido llamó la atención del instructor.
– ¡Cabo Pastel, ¿qué niñerías son esas de mear en ese silencio? ¿Que no sabe que los hombres hacen ruido cuando mean?!
– ¡Señor, disculpe, ahora haré ruido, señor!
Apunté de nuevo el chorro de orina hacia el agua.
– ¿A eso le llama hacer ruido, cabo Pastel? ¡Mi nieta de cuatro años hace más ruido cuando mea que usted!
Traté de ignorarlo para no perder nuevamente la concentración.
– Ese chorrito es deprimente, cabo Pastel. ¿De qué tamaño es esa su verguita que saca ese chorro tan patético? Dese la vuelta, cabo Pastel.
Me congelé.
– ¡Que se de la vuelta, cabo Pastel!
– ¡Señor!
E inmediatamente, con la verga colgándome por el zipper abierto, me di la vuelta. Flácida, se inclinaba ligeramente hacia la izquierda, aún goteando un poco de orina, cayéndome en las botas.
El instructor me vio fijamente, detrás de sus lentes oscuros de los que se desescondían sus cejas gruesas y canosas. Se quedó viéndome por lo que se sintió eterno.
– Termine de una vez, cabo Pastel.
– ¡Señor, sí, señor!
Me di la vuelta y traté de seguir orinando. Al pasar de un minuto sin conseguirlo, me la metí en el pantalón, me subí el zipper y me aguanté hasta el turno siguiente.
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