La cita
Cerró la puerta de la pastelería y se dispuso a despejar sus dudas. Tenía que saber por qué aquel niño acudía cada día desde hacía dos meses a la fuente de la plaza y sonreía para quedarse luego en completo silencio durante un buen rato.
-Hola. ¿Cómo te llamas?
-Gustavo.
-Y dime, Gustavo...¿por qué vienes hasta aquí cada día, llueva, nieve o haga calor? ¿Tu amiguito invisible queda contigo aquí, en la fuente?
-No. Vengo porque todos los días mi hermano mayor me cuenta un cuento.
-Cómo...Yo nunca te he visto con nadie. Siempre estás solo.
-Mi hermano está muerto y por eso tú no puedes verlo.
-¿Cuántos años tienes, hijo?
-Ocho, pero mi hermano tenía once cuando se murió hace poco. Luego tengo una hermana de cuatro años y otro de dos.
-¿Y cómo es que tus papás te dejan venír solo?
-No vengo solo. Mi papá me espera todos los días en ese bar de ahí hasta que mi hermano termina de contarme el cuento.
-Ah...
-Vete ya, que queremos estar solos.
-Está bien, hijo. Ya me voy.
Pasaron diez años, durante el transcurso de los cuales, no dejó de ver al niño acudiendo puntual y diariamente a su cita.
-Hola, Gustavo... ¿te acuerdas de mi?
-Si, Ignacio, el dueño de la pastelería. ¿Qué tal? ¿Cómo le va?
-Has seguido viniendo durante todos estos años, pero ya no eres un niño y sin embargo... ¿Te sigue contando cuentos tu hermano?
-No, por Dios, que ya estoy crecidito.
-Entonces...¿por qué sigues viniendo?
-Para contárselos yo a él.
-¿Cómo?
-Bueno, pues porque ahora el mayor de sus hermanos soy yo.
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