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La pasión de Ahmed

Con la misma convicción con la que ingresa a la mezquita, Ahmed entra al viejo edificio pintado de color ocre que bulle de pasajeros impacientes. Acostumbrado a los espacios abiertos, el bullicio afecta sus nervios, incrementa precauciones: apretuja el brazo derecho a su costado para proteger el paquete que lleva bajo las ropas.

El reloj de la estación marca las cinco de la tarde, el tren inicia puntual su marcha con destino a Casablanca. La máquina jalonea su cauda ajustando el trayecto a la inmutable vía que luce como cicatriz imborrable de la superficie árida. Los niños de Marrakech se alzan sobre las puntas de los pies y hasta saltan para despedirse de los pasajeros como si fueran amigos entrañables.

Minutos después el tren deja atrás la ciudad y los suburbios pobres, es hasta entonces que Ahmed voltea hacia la ventanilla atraído por el poético atardecer que tiñe de colores incendiarios al horizonte. Las escenas cercanas pasan a gran velocidad, no le da tiempo de distinguir los rostros de las señoras obstinadas que trabajan la tierra y de otras que tironean burros negados a avanzar con su carga.

En tanto que las imágenes lejanas, como las llanuras contenidas por la cordillera Atlas de cimas tan elevadas que parecen acariciar la bóveda del cielo permanecen inmóviles; del otro lado de esas montañas está el Sahara.

Se humedece los labios por el aroma del pan de pita que ingiere su compañera de asiento, cierra los ojos al recordar el legendario pan de Yandaq. A las afueras de ese pueblo solía pastorear un hato de camellos propiedad de su tío, quien lo aleccionaba en cómo disparar el AK 47 al mismo tiempo que lo instruía en los preceptos del Corán, en especial en aquellos versículos susceptibles de torcer para enarbolar la violencia.

Con él también aprendió a leer y escribir; se convirtió en afición. Su tío, además, le enseñó los principios básicos y áridos de los números. Pero no fue hasta años después en que Ahmed reparó la forma tan peculiar que su tío planteaba los ejercicios matemáticos: pedía, por ejemplo, encontrar el punto exacto en que un tren con explosivos que saliera de París rumbo a Londres coincidiera con otro que realizara el viaje inverso. La velocidad teórica alcanzada por ambos trenes desbordaba las someras bolitas de un ábaco, y la intención del tío, la ingenuidad de Ahmed.

Su abstracción es tironeada por un evento inesperado: hay alerta de atentado terrorista en el sistema ferroviario. El tren frena por completo, sube al tren una brigada de militares apoyada por sabuesos para buscar el artefacto explosivo.

A nada está Ahmed de ocultar el rostro entre sus manos, a cambio resuelve bajar la mirada porque sus ojos lo cuentan todo, desliza el dedo índice por la frente para retirar el sudor en la pequeña franja de frente por abajo de su kufiyya y reza. Es minucioso en el cumplimiento de los rituales religiosos; alaba a Alá, la oración le permite mantener la calma, ciñe el brazo derecho al cuerpo para proteger el bulto y contrae los párpados mientras los perros olisquean imperturbables los olores del pan de la señora.

La brigada es eficiente y realiza la revisión con prontitud, Amhed teme que el atraso del tren pueda modificar su suerte. Tal vez no llegue a tiempo para cumplir con su destino y toda la dedicación invertida en elaborar lo que lleva bajo el brazo no sirva de nada.

El ferrocarril llega a la estación de Casablanca, Ahmed baja a los andenes y recorre los pasillos y escalinatas en busca de la sala de espera. Reprime el deseo de caminar de prisa para no llamar la atención. Fija la vista en un kiosko donde se concentran viajeros sin prisa, entre ellos hay una mujer bella ataviada con hiyab, es ella. Él palpa su costado para cerciorarse que el paquete esté intacto y acelera el paso notoriamente. Un policía gordo mira su actitud con recelo -la alerta de terrorismo continúa-, inclina el rostro para hablar por el transmisor sujetado al pecho mientras abre la funda de su arma…

Con precisión y celeridad cuatro policías lo rodean y sujetan con firmeza. Los curiosos se alejan de la escena dando gritos de conmoción. El ruido del alboroto ahoga la orden en voz alta que lanza uno de los policías. Ahmed forcejea y su bulto cae al piso. La joven corre estirando los brazos en dirección de una niña vivaz, la pequeña ha escapado de la mano protectora de su madre para recoger el bulto envuelto con tela… Ahmed se contorsiona con violencia para liberarse, la niña levanta el envoltorio, y él expulsa un “Nooo” cortado con violencia por un golpe que recibe en el estómago.

La niña espantada deja caer el paquete ya desenvuelto y vuelan, como palomas liberadas, hojas sueltas que la bella joven intentaba capturar. Son las poesías de su hermano Ahmed que la editorial, donde ella trabaja, ha decidido publicar.

Texto agregado el 25-04-2015, y leído por 441 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
26-07-2015 Es una proeza escribir contar cada detalle de escenas que solo existen en tu mente, ya estaba en alerta esperando el sangriento final, y haaa ....; no puedo creer se perdió mas que la vida, la inspiración que solo llega repentina, y debemos cobijarla con las notas, escribirla. azuliz
23-06-2015 Tus textos tienen un regio color de arqueología, sabor melodioso de historia, la luz de miles de madrugadas que hunden sus raíces en la penumbra del pasado. Pasado que rescatas para deleite de mis ojos neófitos. Es un privilegio poder leerte. Misión imposible tratar de emularte. -ZEPOL
21-05-2015 Intenso. emiliosol
29-04-2015 Ahhh... Mira que la trama me tenía al filo de la butaca, las referencias a Casa Blanca me hacian pensar en Bogart. No puedo dejar de mencionar un dejo de fanatismo que siempre siento al saber de la religion de aquelos lugares, y el clima de inseguridad que se respira. El final... dan, ganas de llorar, ojalá conservara los borradores. Cinco aullidos admirados ante tu maestria yar
26-04-2015 Volví a leer tu cuento, amado Umbrío, y me gusta tanto por el tema tratado y por la redacción tan perfecta que se nota en este escrito que me lo llevaré a mi bio para recomendarlo. Bechis, querido amigo. SOFIAMA
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