Años luz


Fabián condujo a su padre hasta el jardín. Postrado en su silla de ruedas, Román se metió el cielo en los ojos y lloró su tristeza a secas.

-¿Ve lo que le decía, padre? Los pájaros no trinan y el jardín no florece pese a la primavera. Y mire a los ancianos, padre. ¡Me da tanta lástima!

Román miró a su primogénito por unos instantes y observó después a su alrededor. Los ancianos sollozaban abrazados a los árboles sobre cuyas ramas aún residía el otoño. El aire llevaba consigo el hedor a rancio del olvido y hasta el sol parecía estar desganado.

-Dios santo... ¡Cuánta tristeza! Se me rompe el corazón-dos lágrimas plomizas resbalaron por las mejillas de Román, dejando impresas en ellas dos estelas de salada humedad que no se atrevió a secar.
-Tiene que ayudarnos, padre.

Román empujó el dolor hacia adentro y trató de que su voz rota no le sangrara al hablar.

-Los pájaros no trinan porque no recuerdan cómo hacerlo, y el jardín no florece porque sin el canto de los pájaros, la primavera tampoco recuerda el camino de regreso a casa-dijo, expulsando después un suspiro de carga.

Una mujer uniformada de blanco se arrodilló frente a Román y, tomando aquellas manos temblorosas entre las suyas, le suplicó con lágrimas en los ojos.

-Por favor, señor, ayúdenos.

Román negó con la cabeza. Su barba lánguida y cana le tembló con la negativa.

-No puedo...no...
-Se lo ruego, Román. Se trata de una urgencia.
-Lo siento. No...no puedo hacer nada. Yo ya no...Lo siento, de verdad.

Fabián le hizo un gesto a su compañera para que se retirara y ocupó su lugar frente a la silla.

-Padre, tiene usted que intentarlo. Mire a estos pobres ancianos. Yo trabajo aquí y les conozco. Le aseguro que si los pájaros no cantan y el jardín no se puebla de flores, pronto morirán de la tristeza. Es lo único que tienen, padre. Inténtelo al menos, por favor.
-No insistas...
-Olvide aquello, padre. Olvídelo de una vez...

Cómo olvidar que el dia anterior a su eminente retirada de los escenarios, no pudo orquestar su último concierto por causa de una mala caída que fue a dañarle la médula espinal. Y sobre todo: cómo olvidar la promesa que se hizo a sí mismo de castigar la mala fortuna que le privó de jubilarse con la cabeza en alto.
Aunque tal vez no fuese demasiado tarde. Aún podía orquestar su último concierto. Y en silla de ruedas.
La vida y sus oportunidades. Él todavía podía hacer uso de una más e iba a esforzarse por conseguír lo que todos esperaban que hiciera.

-Está bien. Lo haré. A costa de romper mi promesa de no volver a dirigír nunca más, pero lo haré.

Fabián sonrió, le improvisó un escenario de cara al sol y le tendió la batuta. La espectación de todos los allí presentes adquirió la rigidez del hierro.
Subió y bajó su batuta ordenando las notas. Los altos, los bajos, los silencios. Los pájaros, siguiendo sus instrucciones, recuperaron su alegre trino para alegría de la primavera, que llegó de un soplo coronando de flores la hierba del jardín.
Los ancianos, conmovidos ante tanta belleza, volvieron a sonreír, porque el pulso había retornado a sus venas. Y fue tanta la emoción, que hasta las estrellas de la noche que aguardaba, esbozaron una sonrisa a millones de años luz.