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Inicio / Cuenteros Locales / SerKi / El Paraíso de los Dioses. Cap. II

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Las partículas divinas buscaron día y noche, durante cien eones, la puerta del paraíso, finalmente el destino quiso que una de las partículas la encontrase.

-¡Esa es! –exclamó, con un grito de júbilo.
-¿Cómo la encontraste joven partícula?
-Maestro, recordé las palabras del árbol, y en efecto, ella se apareció por lo que buscarla hubiera sido inútil.
-Ya veo -dijo el maestro.

Los Dioses atravesaron la puerta, sintiendo emoción electromagnética. De cada una de sus bocas, y cada vez que reían, salían hadas y mariposas, duendes y dragones.
En el paraíso, los esperaba un manjar dispuesto por la dama de los alelos cambiantes: peras, melones, bananas, ananás, uvas, duraznos, damascos, frutillas, frambuesas, kiwis, naranjas y manzanas, todo el amor que quisieran, y el más delicioso Jutormi, bebida exclusiva de los Dioses convidada por Truna, la única flor que crece en el desierto de los Dioses y con sus manos sirve el Jutormi que sube por el tallo a sus hojas, una vez cada diez años y una vez por eón el Jutormi potenciado. Luego de una hora de la extracción el gusto del Jutormi cambia, al igual que su color y componentes: de granizo cósmico de constelación a capa freática inicia, y en contacto con el clima paradisíaco adquiere el sabor deseado que se vuelve perenne al contacto con la lengua. Comieron y bebieron y se sintieron satisfechos.

-Ya no somos más partículas divinas dijo el maestro.
-¿Por qué lo dice maestro?
-Pueden percibirse entre ustedes y con ustedes mismos, ahora somos Dioses.

Entonces cada Dios, adoptó la forma que quiso, el Dios verde se convirtió en un jilguero que silbaba una melodía única, el Dios amarillo en una biblioteca de roble con más de un millón de libros de todas las épocas, el Dios rojo en una cama redonda cubierta de seda roja y almohadas blancas, el Dios azul en una nube con forma de estrella, el Dios negro en un diamante, y así cambiando sus cuerpos de forma se divertían jugando, con algarabía y energía desmedida. En sus charlas enfatizaron la importancia de procurar mantener la paz y el orden del reino celestial, y así disfrutar de los goces del paraíso.
-Vivir para siempre no tiene por qué ser aburrido -dijo el maestro.

Luego de mil eones, la situación en el paraíso pasó de ser maravillosa a ser crítica y decadente, desde el amanecer hasta el ocaso, el maestro Dios de los Dioses observó con detenimiento el caos reinante, caos que imperaba en escándalos de rumores alarmantes en la civilización celestial, en los edificios, casas y el jardín del edén, y decidió poner orden a la disputa entre los Dioses y así de una vez por todas vuelva la estabilidad perdida, cada eón que pasaba difuminaba más la esperanza al punto de volverla borrosa y perdida en un torbellino negro que la partía en mil pedazos. Todos los Dioses querían el podio del más fuerte, beber del jugo del más sabio los enorgullecía, y obtener inteligencia y belleza absoluta, los encarecía, así como los talentos, junto a otras propiedades, los enaltecía. El maestro les había enseñado que beber del conocimiento del agua del cosmos saciaba la sed, pero los volvía lentos y perezosos como barriles intentando caminar.

En un arranque de ira justificada, el maestro Dios de los Dioses, expulsó al Dios rojo por infractor de la esencial norma de convivencia en el paraíso que obliga a todo Dios a ser igual en poder a otro Dios y por querer llevar a la perdición y destruir el paraíso que hacía eones era un lugar bello, sagrado y pacífico. Debió atravesar incontables abismos de quarks rumbo a la tierra baja: el último subsuelo de la vida, el terror de los pecadores, la residencia de almas penitentes, la pesadilla de los ángeles, donde lo esperaba un río de lava compuesta de protones asesinos, sin embargo, sintió compasión de él y no lo condenó a bañarse en el río de lava eternamente, sino a bañarse en el río de lava durante tres eones, si cumplía con la promesa de comportarse como un Dios benevolente y de acuerdo a las reglas paradisíacas existentes. El Dios rojo juró vengarse por el castigo que padecía y consideraba insoportable, pese a llevarlo con tesón y fortaleza. No tuvo mejor idea que contarle lo ocurrido a Clepias, mientras nadaba como un delfín en lava, en un acto de desesperación pudo comunicarse telepáticamente con la malévola sacerdotisa de la tierra baja que vagaba errante por las sombras del bosque de los lamentos perdidos, luego de cumplir una larga condena en el infierno de protones, en tan horrendo lugar se sentía cómoda y a veces realizaba escapadas al infierno.

Clepias no dudó un instante, y se encomendó a sí misma la tarea de conseguir la pócima para que se la entregase al maestro Dios, que andaba buscando la forma de encontrar el camino de vuelta al planeta Tierra. El planeta, destruido por un meteorito años atrás, se encontraba invisible, pero si retornaba, el planeta se haría visible otra vez, simplemente aparecería otra vez, como la puerta de la sabiduría. El camino de vuelta, sin embargo, se le resistía. ¿Quizás la bruja de sus pesadillas se lo mantenía invisible al Dios, cómo quien esconde un ovillo de lana en su mano? Las garras de la bruja estaban detrás de esto, al menos era la explicación más razonable de porque había desaparecido el planeta tierra.

Clepias hacía gala de su fama de loca en la tierra baja, solía decir: “yo no sé cómo me llamo, pero me llamo Clepias”, una venus de milo de largos cabellos negros y con su mirada altiva y elegante, y bajo su caparazón de almíbar escondía un corazón lleno de odio.

Clepias, sabía, que el Dios de los Dioses quería volver al planeta tierra, y nada lo detendría, al tiempo que maquinaba en su isla abandonada de bondad, que un Dios podría sufrir en un infierno de Dioses y no disfrutar enteramente de un paraíso que a ella nunca le correspondió, y del cual nunca pudo gozar en su total plenitud. En la era primitiva de su juventud, Clepias era hermosa y voluptuosa, ahora bien vista, era una sombra maléfica, se había convertido en la peor de las brujas del infierno de protones.

El Dios rojo montó en su dragón de oro y le llevó al maestro Dios, más allá de que tenía prohibida la entrada al Edén de los Dioses, la pócima maligna que Clepias le entregó, para tal fin adoptó la apariencia de una mujer a la que antiguamente el maestro Dios de Dioses prometió que al volverla a ver tomaría un Jutormi con ella, si hubiera ido como el Dios rojo, como era compasivo quizá el maestro Dios le permitiría ingresar sin requisitos y negociar su condena, aunque también le advertiría que no intente ningún truco, o su castigo sería mucho peor que un baño caliente porque la clemencia tiene un límite.

El maestro Dios cayó en la trampa que el Dios rojo urdió con la ayuda de Clepias, quién protegió al Dios rojo con el manto de piedras cegadoras que no le permitía al maestro ver quién realmente era, y bebió la pócima, y el Dios rojo se retiró sonriente del paraíso con un triunfo bajo su brazo. La pócima no tardó en hacer efecto y despojó de poderes metafísicos al maestro Dios de los Dioses, y le causó ceguera temporal, haciéndole caer bajo el embrujo medieval de la hechicera, quien desde su cama de víboras y huesos, torcía su voluntad, mediante los pensamientos, y con la ayuda de su bola de protones lo tenía controlado como ella quería.

No obstante, el Dios amarillo de la razón, en su fuero interno, sospechaba lo peor, al ver el debilitamiento de poderes del Dios de los Dioses, y consultó al oráculo de los quarks, que pidieron expresamente a Jar, la madre hada de la intuición, una resolución efectiva. Jar lanzó su polen mágico hasta las estrellas y vio todo con absoluta claridad.

Los quarks le explicaron que lo bebido por el maestro Dios, esa pócima maligna que le quitó su visión, también lo transformó temporalmente y de manera reversible en un Dios débil.

Sin perder tiempo, el dios de la razón se dirigió en busca de Tami, la maga, benefactora y protectora de los Dioses, ésta con su encanto natural, preparó y cocinó a fuego lento en el caldero la pócima, hecha en base de ajenjo estelar y quarks, que le devolvería al maestro el poder perdido. Pero para entregársela, primero, el Dios de la razón, debía cumplir una prueba primordial: conseguirle un unicornio de estrellas. Atormentado, y sin saber cómo lograr la prueba y salvar al maestro Dios, en un momento de inspiración, al Dios de la razón se le ocurrió lo impensado. El Dios sacó su espada y de un tajo cortó una constelación. Ahora Tami observa todas las noches la constelación del unicornio.

(Continuará...)

Texto agregado el 23-04-2015, y leído por 162 visitantes. (3 votos)


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