MORBOSIDAD SATISFECHA
En silencio, la mujer aguardó tranquila en la cama el pleito del marido. Sorprendida esta vez, notó como el hombre se desvistió, entrando calmado en la cama; sin alegatos, ni reproches, como estaba acostumbrado.
Hacía una semana que había recibido de él una terrible paliza que aún no había podido olvidar. Su cuerpo amoratado no le permitía moverse. Al mirar en el espejo su cuerpo lleno de contusiones, lágrimas brotaron de sus ojos enrojecidos, al recordar que indispuesta tuvo que hacer el amor, sintiendo dolor en su entraña, para satisfacer la morbosidad de su marido, desfogando con lujuria y pasión su deseo lascivo sobre su cuerpo magullado.
No era la primera vez que le pegaba. En su doce años de amancebamiento, cada vez que hacia el amor con él, recibía antes una paliza. Estaba acobardada. Psicológicamente lucia trastornada. Razones no le faltaban de cometer una atrocidad, quitarlo del medio, aunque para ello tuviera que caer presa. La pena máxima no la detenía. Ya no le soportaría mas castigo a éste desgraciado.
Por esto, esa noche en silencio, esperó tranquila que le fuera encima como siempre lo hacia, cuando tenía ganas de hacerle el amor.
Se preparó durante el día. Planeó al hurtadillas como lo haría. El no sospechaba ni por asomo que ella hábilmente planeaba su muerte.
Esperaría que se durmiera, como estaba acostumbrado, después de hacer el amor. Le cortaría la cabeza de una rebanada con la navaja que ocultaba muy bien de un tiempo a esta parte, desprendiéndosela sin piedad y sin ningún miramiento; pero el condenado esa noche la respetó. Parece que intuía una desgracia. No le pegó por primera vez en todos esos años. Hizo el amor con ella, relajado, con ternura y loca pasión, sintiendo placer como nunca lo había sentido.
La mujer al saberse amada sin ser golpeada, puso todo su empeño en satisfacer a su hombre, segura y de manera eficiente, bordeando el encono a la que la tenía sometida, echando a un lado sus pretensiones de asesinarlo. También fue la primera vez que satisfizo su deseo, al lograr su primer orgasmo.
JOSE NICANOR DE LA ROSA.
|