Varias personas me han dicho que hablo (y escribo) mucho sobre la muerte.
Algunas hartas del tema, y otras preocupadas.
A las primeras, siempre les pido disculpas e intento no mencionar más esa cuestión: sé que tienen derecho a no soportar esa parte de mí y trato de ser respetuoso.
La gente que se preocupa me provoca frustración y bronca, pero no con ellas, sino conmigo mismo. Me molesta no poder explicarme bien, ser confuso e ininteligible.
Quizás sea un tema delicado de explicar, pero aquí voy: no amo la muerte ni odio la vida. No deseo morir: simplemente sé (y lo acepto) que voy a morir.
Y eso me seduce, como me seduce una mujer intrigante.
Como ser vivo que soy, entiendo la vida, y más allá de los buenos o malos momentos, no la veo como algo tan complicado. Para mí vivir no es más que una sumatoria de decisiones que van construyendo un camino. Un camino que comenzó cuando nacimos y acabará cuando muramos.
Y como ya nací, y no me quedaron recuerdos de ese instante, tengo que resignarme: ya no tengo chances de llegar a "conocer" el nacimiento.
Pero el otro extremo de mi vida aun está pendiente, y eso despierta mi curiosidad, invitándome irresistiblemente a la especulación y la intriga.
La muerte me apasiona como concepto en sí mismo, pero más aun porque inevitablemente está en mi camino. Lo quiera o no, ella está ahí, esperándome.
Paciente y perseverante. Inmutable.
Y eso me genera mucho respeto y admiración.
En fin, a quienes están hartos de esta "obsesión" que tengo con la muerte, vuelvo a pedirles disculpas... aunque es probable que hayan dejado de leer esto después de la primera línea. |