FINAL DEL JUEGO
Entré buscando reparo y un poco de calor en esa siberiana noche. El olor a comida, cigarro y vino invadían el boliche. Media docena de mesas destartaladas, niveladas con tapitas de cerveza, cubiertas con un hule y una proporcional cantidad de sillas completaban el mobiliario en el que una veintena de parroquianos, en su mayoría paisanos, acodados en las mesas, tomaban un trago, entre trucos y retrucos. Cerca del mostrador, cuatro gauchos circunspectos iban poniendo sobre una mesa cuchillos, rastras, dinero, ante los ojos del bolichero que anotaba en una libreta.
Aunque no escuchaba los diálogos confundidos en el babilónico parloteo, no me fue difícil comprender que lo depositado era el botín que se iban a disputar en algún juego.
Se sentaron en una mesa contigua, el patrón pasó un trapo mugroso sobre el mugriento hule y colocó cuatro vasos de similares características, que fue sirviendo con un espeso vino tinto como sangre de toro. Dejó la botella sobre la mesa, se echó el trapo sobre el hombro y volvió al mostrador.
Ocho ojos cruzaron sus miradas , cuatro brazos levantaron sendos vasos y el vino fue cascada en las gargantas. Se limpiaron con el dorso de la mano, alguno comenzó a armar un cigarro, otro escupió un gargajo sobre el piso y algún otro se mandó un segundo trago.
Yo tenía mi vista y mi atención es esos hombres que habrían de dirimir, no sé en qué, a cuál de ellos elegiría la suerte. Los miraba de afuera sin tomar partido, no conocía a ninguno ni de vista, solamente tenía intriga por saber cuál era el juego, sin sospechar que yo sería juez y parte en la contienda.
Alguien hizo una seña al bolichero, este vino presuroso y puso ante cada hombre un terrón blanco. Mi instinto me lanzó hacia el más cercano y una mano me aplastó contra el azúcar.
neco |