Jinetera
Nació en Santiago de Cuba pero sus padres la llevaron a la Habana cuando aún era niña menor de un año. Ahora tiene catorce, cursa el octavo grado de educación básica y por las tardes asiste a la Escuela Nacional de Música para estudiar violín.
Su padre un día se trepó a una balsa que presumía llevarlo a Miami y no volvieron a saber nada de él. Desde entonces Mónica, la madre, aporta, a medias, el sustento familiar.
Por tal razón, ha llegado el momento de que ella contribuya al ingreso familiar. La mira a los ojos para ver si monta una rabieta o si llora desconsolada. De sus ojos verdes en rebelde contraste con su piel morena de mulata no brota una sola lágrima. Mantiene ese raro fulgor que se antoja tímido o quizá insinuante.
No es que ella sea caprichosa, muy al contrario, se conforma con poco o casi nada. Ella no mortifica a su madre, la obedece y no la juzga. Cuando los ojos de la madre no la miran para subyugarla, la hija la ve con gentileza como se mira a un eclipse de sol tras un cristal oscuro, lo hace para proteger su intimidad, sus pensamientos y anhelos.
Así, dócil se deja embellecer por su madre y la vecina que ha llevado la alisadora de cabello porque la de ellas la vendieron un día que no tenía para comida. Los rizos obstinados de su cabello están negados a estirarse. Tanta demanda de energía eléctrica ha superado las deterioradas conexiones de los cables. El fallo eléctrico es solo en la vivienda de ella, afuera aún se desparraman las notas rítmicas con que el grupo de ocho niñas practican rumba en el patio central del edificio.
Mónica desconecta el ventilador viejo de pedestal que suele causar problemas y sale a reparar el desperfecto. El edificio es añejo, no queda nada de su antiguo esplendor. Las paredes se desmoronan por el salitre y en algunas grietas han crecido arbustos y hasta un árbol cuyas ramas se enredan con los cables que transportan la electricidad. La solución es sencilla, sube la palanca del interruptor de corriente e incrusta una moneda de veinte centavos en sustitución del fusible quemado y vuelve a bajar la palanca del interruptor y la corriente fluye. Satisfecha de su pericia regresa a terminar de acicalar a su hija.
Desde el tercer piso un par de niños asoman las cabezas entre los barrotes del barandal para arrojar sobre las niñas, que practicaban sus rutinas de baile, pompas de jabón que surgen de un carrizo hueco que soplan después de sumergirlo en la solución jabonosa. Un perro flaco de pellejo untado a los huesos ladra a un viejo, también de carnes magras, que entra al edificio para ofrecer el diario “Granma” y suelta un discurso solidario al “comandante”.
De pronto las niñas dejan su rutina y corren a abrazarla. Su madre ha terminado de peinarla y maquillarla. Sin perfume, huele muy a ella. Todas la felicitan, porque su vida será mejor. Mónica la besa en ambas mejillas y ríe a raudales, ella finge una sonrisa, una mueca de resignación porque hoy será su primer día que saldrá a jinetear en el malecón.
* de la colección prostitución y drogas.
…Jinetera se le llama a las prostitutas del malecón de la Habana. |