Me tocó conocer a un imbécil. Era un imbécil de aquellos, pero algo tenía en la cabeza que hacía que pudiera salir adelante.
Cabe aclarar que el gran bache en la inteligencia de este tipo iba en lo emocional, más exactamente en el orgullo. Era un sujeto totalmente desbalanceado entre sus dos inteligencias, por lo cual su intelecto no podía seguir avanzando.
Cuando lo conocí, no pude evitar preguntarme si era de verdad así. Aprendí varias cosas sobre él y, tras unas cuantas conversaciones tuve la certeza de que había un motor para que pudiera avanzar. Con sus vivencias ya debería haber comprendido sus falencias, pero él no tenía idea de que todo ese desorden emocional que albergaba le perjudicaba tanto.
No solíamos extendernos mucho en las conversaciones, asi que un día decidí tomar el toro por los cuernos y le conté sus defectos. No lo hubiera hecho si él no me hubiera pillado en un mal momento.
—¿Cómo has estado?
—Muy mal… los nervios me están comiendo.
—¿Por qué?
—Porque pronto me dirán si me aceptan en la beca.
—Ten fe en que todo saldrá bien. Eso he hecho yo y mira hasta dónde he llegado.
—Vaya consuelo. Apenas pudiste terminar bien el año…
—Pero soy un buen tipo. Deja de vivir en ascuas. Haz como yo, que no me preocupo y por eso tampoco tengo nada que temer.
Ya tenía unas cuantas preguntas preparadas para lanzárselas apenas sintiera que ya no podía seguir así y, con lo irritable que me encontraba, aproveché de lanzarle todos mis dardos para acabar con esa situación.
—¿Así que no tienes nada que temer? Entonces dime por qué eres tan imbécil.
—¿A qué te refieres con que soy imbécil?
—A eso que oíste.
—No soy imbécil.
—En ese caso dime por qué no lo eres.
—No lo soy porque nadie más lo cree aparte de ti.
—Que no te lo hayan dicho no significa que no lo seas. Además, para los ateos no existe dios, pero para los creyentes existe.
—Solo oigo lo que dice la gente.
—Y, como tienes oídos en todos lados sientes que son sinceros contigo, que no hay hipocresía en ningún lado ni nada de eso...
—Ve al grano mejor.
—El mundo se extiende más allá de tus sentidos. No tienes ninguna garantía de que lo que se diga es cierto y, como buen imbécil, no piensas en eso.
‹‹Es un desequilibrado en su expresión más pura. Estúpidamente superficial, tontamente inocente, inútilmente odioso, terriblemente confiado, horrorosamente sensible, irritantemente ofensivo y un montón de otras repudiables características. No sé cómo es que puede llegar a este nivel. Lo que más me preocupa es que nadie le dice lo que es... ya comprendo por qué, pero tendré que ser el mártir que derribe ese altar que este idiota se construyó. Será bueno ahorrarle el sufrimiento ser aplastado solo y que canalice todo su resentimiento en mí. Quizás lo lamente, pero es un precio que estoy dispuesto a pagar››
—Deja de llamarme imbécil, que no eres mejor que yo.
—Me da lo mismo si lo soy o no. Creo que es hora de que termines de una vez por todas de usar esa farsa tuya de “soy el mejor y no hay nadie como yo”.
—¿Y por qué mejor no dejas de hacerte el intelectual? ¿De verdad piensas que por insultarme eres mejor?
—Ya te dije que no me interesa ser mejor o peor. Además de que tú eres pura fachada y nada más.
—Al menos mi “fachada” es mejor que la tuya.
—Pero yo no aparento ser transparente. Yo no miento cuando no hay que hacerlo. Tú no vivirías de no ser por ese tejido de mentiras que tienes pegado a la piel.
—Eres un verdadero hijo de puta. Siempre lo fuiste. Supongo que siempre pensaste en cómo decirme eso. Tu envidia te supera.
—¿Envidia? ¿De qué?
—De mis amistades, mis relaciones, mis virtudes, mi forma de ser… ¡de todo!
—No envidio tus amistades porque ninguna es verdadera en ningún sentido. Tus relaciones son totalmente plásticas y tus virtudes son tan inventadas como tu forma de ser.
—¿Qué quieres decir con “en ningún sentido”?
—No me engañas. Se te nota que no tienes amigos, sino que tienes bases para tu ego y tu arrogancia. Tu primer amigo debió haber sido un tipo que se apiadó de tus delirios y los demás no podían decir que no al ver tan patético espectáculo. Luego aprendiste a convencer a los demás de tu “superioridad”. Tú no los quieres y ellos no te quieren; excusa suficiente para fortalecer esa imagen falsa de “soy mejor que tú”. Mientras antes te arrepientas de mostrar esa parte de ti, menos va a costarte dejarla.
—Lo dices porque no sabes lo que se siente tener tantos amigos…
—De esos que ves una vez.
—Y tanta diversión…
—…Y el vacío que deja su ausencia.
—¡Tú no sabes lo que es el éxito!
—Si eso es éxito, prefiero perseguir otra meta. Tú nunca quisiste a nadie como tu amigo. Tú nunca quisiste a nadie, por eso te muestras así. Tú nunca quisiste a nadie porque nadie te quiso y tu forma de vengarte era dejando a los demás debajo de ti.
—¡Cállate!
—¿Creíste de verdad que alguna vez alguien dejaría de sentir lástima por ti?
Se hizo un silencio frío y, ya llorando, me miró y contestó.
—Por lo menos ten piedad.
—La tengo. Por eso te digo todo esto.
—No quiero verte nunca más.
—Nunca quisiste verme.
—¡Lárgate de mi vista!
—Adiós.
Tras unos años de estudiante becado en la capital, volví a mi ciudad para establecerme y trabajar allí. Trabajé un tiempo y, ya vuelto un psicólogo experimentado, establecí mi oficina en un lugar que siempre me llamó la atención.
Cierta vez iba ya a cerrar la consulta y un hombre con un joven muchacho salieron de la de un colega que trabajaba a no más de una cuadra. El joven venía alegando algo sobre odiarlos a todos con su voz de pito y, apenas me vio, el padre me usó de ejemplo.
—Si no aprendes ahora, podría ser que un tipo como este te diga todo lo que has hecho mal. ¿No es así, envidioso? —agregó sonriendo.
—Así es, imbécil —le dije estrechando su mano—. Me alegro de que hayas entendido —dije antes de que nos largáramos a reír. |