Unos años atrás, una tarde sombría mientras meditaba en su cuarto por un conflicto en que se encontraba, se le acercó su abuelo para preguntarle qué le ocurría y Horacio le explicó que se hallaba en un dilema de lealtad frente a un buen amigo del colegio, por algo que le había pasado con la novia de él. Horacio se debatía entre el remordimiento, la culpabilidad y la necesidad de ser leal con su amigo.
Su abuelo, que más que eso, era su amigo y guía, se sentó a su lado y después de una prolongada pausa le dijo: -Te voy a contar una historia que ocurrió hace muchos años, cuando tu madre aún no había nacido y que hasta hoy no he compartido con nadie.- Y continuó diciendo: -Se trata de un secreto que he mantenido celosamente guardado, pero sé que en ti puedo confiar y además pienso que te ayudará en la situación por la que estas atravesando.
Comenzó por recordarle que, como él sabía, para toda la familia y para el amplio círculo de amigos que tenían era motivo de satisfacción y orgullo el maravilloso matrimonio que vivieron su abuela y él hasta cuando ella falleció unos pocos meses antes. Que todos los que los conocían siempre les preguntaban cuál era la fórmula mágica para haber mantenido un matrimonio feliz por más de cuarenta y siete años y que él siempre les respondía: -El amor y la inteligencia- pero sin llegar nunca a explicar el por qué.
Horacio asintió con la cabeza, mientras recordaba que, en efecto, sus abuelos habían tenido una relación envidiada por todos, en la que siempre se les veía a los dos viejos juntos, tomados de la mano y tratándose el uno al otro como si siguieran siendo novios. El abuelo le confirmó que toda la vida amó a su abuela al igual que ella a él, pero que estando recién casados, un día cualquiera se quedó solo en la casa donde vivían y sin anuncio alguno, había llegado la hermana menor de su esposa a visitarlos y sin darse cuenta en qué momento ocurrió, estaban abrazados besándose y que el exabrupto terminó en la cama.
Mantuvieron un par de encuentros furtivos más, pero los dos fueron concientes de que esa situación era insostenible y de común acuerdo decidieron terminarla y olvidarla.
El abuelo le contó a Horacio cómo se pasaba noches enteras sin dormir a causa del remordimiento que lo acusaba de haberle sido infiel a su esposa y nada menos que con su propia hermana. Sentía que lo más honesto sería contarle todo para tranquilizar su conciencia pero a la vez lo aterrorizaban las consecuencias que podría desencadenar aquella confesión. No podía mirar a los ojos a su esposa y evadía estar con ella, pero cada día postergaba el decírselo, prolongando su lenta agonía.
Una madrugada en que no podía conciliar el sueño, de pronto se hizo la luz para él y encontró la solución.
Entendió que era una equivocación confundir el amor con la necesidad que sentía de confesarlo todo y que lejos de resolver el problema escondido tras una falsa lealtad, crearía otro mucho mayor. Que sin importar lo que había ocurrido, nunca había dejado de amar a su esposa y que el decir la verdad solo le causaría a ella un gran dolor, además de una segura ruptura con su hermana favorita. Comprendió que lo más sabio era guardar silencio y olvidar el incidente, como en efecto lo hizo. Esa fue la única vez que en cuarenta y siete años de matrimonio estuvo con otra mujer.
Después de terminar de contar la historia, le preguntó si le parecía que había hecho lo correcto.
Horacio se quedó en silencio y el abuelo agregó que por eso él sostenía que aparte del amor, el segundo ingrediente necesario para mantener un matrimonio feliz, era la inteligencia, pues él consideraba que esa decisión había sido la más inteligente de su vida. Que sin importar lo que había pasado con su cuñada, nunca dejó de querer a su esposa y que ella había vivido una vida feliz, pero que de seguro de haberse enterado muchas personas habrían sido infelices y a lo mejor él mismo Horacio no habría venido a este mundo. Le dijo que desde ese día tranquilizó su conciencia y volvió a dormir como un bebe y había podido volver a mirar a los ojos a su esposa. Ratificó que estaba seguro de haber hecho lo correcto y que la confirmación de ello era que hubieran mantenido un matrimonio ejemplar durante tantos años y concluyó diciéndole: -Tu abuela murió con la certeza de que yo nunca le había sido infiel y estoy convencido de que nunca lo fui-.
Después de escuchar aquella confesión por parte de su abuelo, Horacio comprendió muchas cosas y finalmente recobró la paz perdida.
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