No cambia el cielo azul en las mañanas,
ni la luna menguante, incluso llena.
No cambia nuestro sol en la ventana,
tampoco los motivos de mi pena.

He visto que cambiaron nubes grises
a blancos y dorados; vi belleza
en azules, naranjas, mil matices...
mas nunca vi reír a mi tristeza.

Cambiaron las preguntas que me hacía,
lo terso de mi piel y su frescura,
aquello que llamaba valentía,
y un día vi perderse mi cordura.

Cambiaron las urgencias y las horas,
lo bello, lo sutil y lo valioso;
vivir de los apuros y demoras,
ser justo, despiadado o bondadoso.

Pero sigue girando sobre el eje,
el mundo con algunos que oscilamos
entre seguir creyendo o ser herejes.
Sin encontrar consuelo, solo andamos...

Y mientras la tristeza nos acosa,
notamos que latiendo consecuente
está en cada rincón y en cada cosa,
el curso del amor eternamente.