Hace unos días un hombre vino a visitarme. Me dijeron que era neurólogo, psiquiatra, médico o algo por el estilo. Se llama Germán, yo no sé quién es ese sujeto pero mi mamá me obligó a hablar con él. Nos sentamos a charlar sobre diversos temas de la vida y él escuchó algunos pensamientos que yo tengo, y yo no quería que él me hablara sobre su forma de pensar. Hablamos sobre diversos temas y él me dijo que era muy extraña mi vida.
Yo le comenté que no soporto la luz del sol, que hace muchos años no abro las cortinas de mi habitación y que no aguanto salir a que me alumbre el sol que está a miles y miles de kilómetros de nosotros.
Él quería saber algo acerca de mí, y entonces yo le respondí, porque me preguntó. Le dije que hace cerca de cinco años empecé a escribir, y en mi primer libro hice un descubrimiento, uno muy importante, el que quizás va a acabar el mundo. Él se quedó pensando y sinceramente no supo qué decirme, debía reconocer que yo estaba en lo correcto, pero la idea era muy rara y le era muy difícil entender la complejidad de lo que yo decía. Él decía que le habían dado premios internacionales, pero que nunca había escuchado algo de semejante calibre. Pude ver en su rostro que estaba mintiendo, sólo quería aparentar que sabía mucho.
Cuando se fue del lugar de paso en el que vivo, sucedió algo que corrobora que las personas que me rodean, todas, o casi todas son sólo seres vivos por los que corre electricidad pero que no comprenden el significado del sistema nervioso. Germán se devolvió a hablar con el pastor de su iglesia y luego me llamó para decirme que le había contado el descubrimiento que yo había hecho a su pastor, y que este último le había respondido inmediatamente que yo no había hecho el descubrimiento, sino que había sido él el que lo había hecho, o sea, el pastor. Es decir, me querían robar el descubrimiento. Yo me asombré demasiado y quise lanzarme a las vías del tren. Eso no es hipocresía, astucia ni nada por el estilo. Es locura extrema; en el grado máximo. Estos seres no logran comprender que tienen un cuerpo diseñado para sufrir, por medio de las fibras nerviosas.
El pastor casi se suicida cuando escuchó el descubrimiento que yo hice, o por lo menos, eso fue lo que me contó. Estos sujetos se pusieron de acuerdo y me dijeron que ellos habían hecho el descubrimiento, o por lo menos, que ellos ya lo sabían. Yo una vez más quise suicidarme, esta vez tomando el hacha que tengo en mi habitación amputándome hasta desangrarme, pero mantuve el control. Para sus negocios no les conviene contar lo que yo descubrí, pero ellos siguen creyendo que son ellos quienes descubrieron eso. Así son todos, los que están en las calles y los de las realidad virtual; oportunistas, aprovechados, hipócritas, salvajes, mentirosos, y más. Voy a desaparecerlos a todos, a pesar de que se escondan en los lugares más recónditos de La Tierra.
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