EL GRAN HALLAZGO
En una remota región muy lejana de los grandes centros de población y casi inexplorada por el hombre dizque civilizado, algunos lugareños de las aldeas más próximas encontraron por azar vestigios materiales de alguna civilización al parecer milenaria por el tipo y aspecto de lo encontrado. Estos hombres de escasas luces, sorprendidos y casi asustados por la grandiosidad de lo desconocido dieron aviso a las autoridades y el hallazgo fue entonces del dominio público.
Muy pronto acudieron al lugar hombres y mujeres de distinta condición y ralea. Llegaron primero, como casi siempre suele suceder, los saqueadores sin escrúpulos quienes de inmediato se llevaron lo que por su peso y tamaño era fácil de transportar. Estuvieron también los curiosos y aventureros quienes por su ignorancia y torpeza causaron más daño al conjunto arqueológico que los propios saqueadores; luego hizo acto de presencia con su fino olfato depredador, esa clase tan desagradable como necesaria, como son los comerciantes, los hubo desde luego los de profesión y los ocasionales quienes de inmediato establecieron su vendimia y en tácito acuerdo se dieron a la práctica de esa grosera rivalidad de ver quien vende más caro y hace más trampa a los compradores para ganar más.
¡Por fin!, con la demora de siempre acudieron al lugar los hombres de ciencia con esa su parsimonia tan característica, pues parecen transferir el peso de sus conocimientos a su propia masa corporal y ello los obliga a esa pausada locomoción y a la forma sosegada de expresarse que los identifica; con ellos llegaron los obreros quienes a pala, pico y otros utensilios empezarían la excavación oficial.
Entre los obreros llegó un personaje de aspecto esquelético quien sin embargo trabajaba con gran fuerza y vigor e irradiaba una mirada de gran inteligencia. Muy pronto este personaje llamó la atención de los técnicos y hombres de ciencia quienes acampaban en aquel sitio. Con frecuencia se preguntaban quién era y de dónde venía aquel obrero enigmático, quisieron saberlo, pero era más grande la necesidad de concluir la excavación, que indagar nimiedades, pues eran urgidos por los hombres del gobierno para terminar el estudio arqueológico y así poder vestir con lo que quedaba de la grandiosidad del pasado su fatuo orgullo y su miserable mediocridad del presente.
El obrero era un hombre consagrado a la verdad, descendiente de los milenarios arúspices conocedores del lenguaje de los dioses y quienes en el principio de los tiempos hacían certeros presagios por el vuelo y el canto de las aves y luego, por la creciente maldad del hombre, muchas centurias después, terminaron haciendo sus presagios examinando las entrañas de las víctimas muertas en batalla. Este personaje era también un profundo conocedor del Arte Hermético, poseía la lámpara de Trimegisto, el Manto de Apolonio y el bastón de los Patriarcas de Tyana, su lámpara representaba el saber, el manto que lo cubría representaba la discreción y el bastón era el emblema de su fuerza y audacia.
Pasadas algunas semanas solía verse al misterioso obrero después de las agotadoras jornadas de trabajo frente a un gran monolito desenterrado tras de grandes dificultades y puesto a la vista de todos. Muy pronto a decir de los expertos, aquel monolito superaría en fama a la Rosetta de Champollion descubierta en Egipto.
Este monolito era de basalto negro y en su superficie estaban gravados con manos expertas caracteres de una escritura hasta la fecha desconocida. Como hemos dicho, aquel hombre se pasaba largas horas observando el monolito y haciendo algunas anotaciones que luego guardaba cuidadosamente entre su ropa; por supuesto, esta actitud terminó por colmar la paciencia de los eruditos y científicos del campamento y decidieron preguntarle al obrero si conocía el significado de la escritura gravada en el monolito, lo hicieron con sorna, casi con desprecio para mortificarlo y divertirse a su costa. El obrero les contestó lo siguiente:
—Sabed señores, toda forma de escritura es un símbolo utilizado por nuestro género para comunicarse entre sí, escritura y palabra son producto de la inteligencia humana y, la inteligencia del hombre es parte de toda la naturaleza y la naturaleza es el símbolo utilizado por el espíritu infinito para hablarle a los espíritus finitos—
Siguió diciendo: —Lo escrito en esta piedra son augurios de los más grandes arúspices de la antigüedad y dicen esto:
— “A los buenos hombres, amantes y protectores de su género, entended la ley implacable de la creación la cual dice: Todo lo que empieza termina y vuelve luego a empezar. Por lo tanto habrá de llegar el día cuando nuestra especie se aniquile a sí misma y vuelva a renacer con aquellos privilegiados que logren sobrevivir”
– “El aniquilamiento no será espontáneo, estas serán las señales, todas se deben identificar y remediar para demorar el final, porque este habrá de llegar”
— “Cuando el hombre esté dejando morir de hambre o sed a sus nuevas generaciones” —
— “Cuando nuestro género propague en los confines de la tierra el exterminio masivo en forma de guerras fratricidas por sinrazones como la raza, la religión y otras falaces justificaciones” —
— “Cuando los hombres constituidos en Estados o naciones generalicen la destrucción de la naturaleza y en consecuencia, del planeta"—
— “Cuando las generaciones adultas permitan y no castiguen con severidad aquellos de su especie que investidos en ropajes clericales abusen física o sexualmente de sus inocentes niños"—
— “Cuando el hombre en su desmedida ambición esclavice a sus iguales por la sola razón de su pobreza"—
— “Entended hombres del mañana, el ahora les corresponde, haced lo que su inteligencia les dicte, porque habrá de llegar el día cuando todo esto termine"—
El obrero ya no dijo más, en silencio se retiró del lugar, la mayoría de quienes lo escucharon rompieron en risa, otros se miraron escépticos, y los menos, muy consternados alzaron su vista al cielo y elevaron una plegaria. Finalmente así es la condición humana, cuando sabemos que hemos o estamos obrando mal, instintivamente buscamos el perdón donde nuestra inteligencia nos condena a no encontrarlo jamás.
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