El paraíso de los Dioses
Capítulo I
Reunidos detrás de las montañas doradas, los Bules, le preguntaron al árbol, al único de la región, de la intrincada estructura subterránea escondida, y este les respondió: "Siglos he vivido aquí, permanecido en pie y nada he visto debajo de su superficie". Oh, Sagrado árbol ¿podrías decirnos tú que hay allí entonces? Y el árbol respondió: "Hallarán la puerta" y finalmente sus hojas cambiaron el tinte gris por el verde, y el árbol cerró sus ojos envuelto por el aire taciturno de la naturaleza. El más astuto de los Bules, le dijo al resto: "Dirijámonos a la cima de la montaña y hallaremos la puerta".
-Maestro, ¿Cómo sabe en qué ubicación exacta se encuentra la puerta?
A lo que el maestro Bul respondió: "Veremos la puerta de la sabiduría, al encontrarla, porque ella aparecerá frente a nosotros si quiere ser encontrada", atónito, el discípulo Bul volvió a preguntar: “¿Está seguro que la puerta quiere ser encontrada?”
A lo que el maestro Bul respondió: "La sabiduría aparece cuando menos te la esperas". El joven Bul quedó meditabundo y lleno de regocijo ante las sabias palabras del maestro.
Los Bules se dirigían en procesión hacia Altura Máxima, con sus toscos movimientos, cuando se encontraron con el ave de los mares esmeralda. Traía sobre sus alas, un obsequio divino para ellos. Estiró su ala derecha, y le dio al maestro Bul la preciosa piedra de los poderes de Osiris, guardada en el cajón de los misterios durante milenios y custodiada por un reptil de tres cuernos. Entonces el ángel levantó vuelo y junto a una bandada de compañeros emisarios se perdió en el horizonte del cielo embriagador.
-La piedra de Osiris nos mostrará el camino -dijo el maestro Bul.
-¿La piedra de Osiris? -Preguntó el más encantador de sus discípulos.
-El diamante que ves, esconde el camino hacia la puerta y también la abre.
-¿Si lo esconde como lo encontraremos?
-Estamos transitándolo -replicó el maestro-, al tiempo que aseveró: “no debemos perdernos. Perder de vista la meta, es perder de vista el camino”. Con este diamante nuestra visión aumenta, concluyó.
El foso cubierto de una gruesa capa de hielo, presumía de las mejores artimañas para atrapar a los que se caían del camino. La luna roja abrazaba con sus tentáculos rosáceos al sol en un ataque de lujuria, la luna era, la prueba de que estaba compuesta de chocolate.
Las ligeras se bamboleaban sobre la estepa, cada soplido de aire fuerte, despertaba en su interior el deseo de hablar entre ellas, cada hilo de luz de luna proyectaba la sensación que aliviaba el dolor en sus endorfinas latentes.
La más ligera le dijo al maestro Bul: "En este juego, tomarse una taza de té, es como encontrar la puerta de la sabiduría". El maestro Bul le guiñó el ojo y le obsequió el elixir de la juventud eterna, y le dijo afablemente: "vierte el líquido como leche de cabra todos los días sobre tu cuerpo".
Seguían caminando, y el maestro Bul que iba al frente de la troupe se detuvo para levantar sus aletas y decir: "Un precipicio no siempre conduce al abismo".
-¿Qué quiere decir maestro Bul?
-Es la puerta -exclamó.
Los bules se abrazaron ruborizados, del Bul verde de la sensibilidad caían lágrimas. De una de sus lágrimas nació un conejo, y de la otra una mariposa. Del Bul amarillo de la razón nacieron un mapa y un libro, y del Bul rojo de la pasión nacieron un niño y una niña.
-¿Maestro, es este el final de nuestro camino?
-No lo es, cruzando la puerta se encuentra el paraíso.
Uno a uno los Bules, atravesaron la puerta, entre risas y llanto festivo entraron en la habitación de la sabiduría.
Reliquias por doquier, vasos y copas, oro y plata, colmaban la estancia casi en su totalidad, el resto era un espacio vacío entre dos mundos y dos dimensiones. El diamante que antiguamente les mostró el camino se apagó con la velocidad de un cometa.
-Ya no somos como antes -dijo el maestro.
-¿Qué quiere decir maestro?
-Ahora somos la partícula divina.
Los Bules se observaron con ojo crítico, uno por uno en el espejo del saber, y efectivamente, comprobaron que ya no eran bules. Ahora eran partículas divinas.
-De éstas partículas está compuesto nuestro universo, dijo el maestro.
-Maestro, no veo mi cuerpo -dijo el discípulo.
-Eso es porque no estás viendo el espejo correcto. El espejo de la vanidad, es aquel otro.
Entonces el discípulo se dirigió hacia aquel espejo y vio un cuerpo con forma humana.
-Si quieres, encontrarás más sorpresas en los demás espejos.
El discípulo posó su mirada en el espejo de la razón y observó una Diosa de forma humana, con un libro en la mano. Luego observó en el espejo de la lujuria y observó a una pareja haciendo el amor, y en el espejo de la destrucción, guerra y destrucción.
El maestro los alentó para que todos miraran en cada uno de los espejos. Al cabo de un momento de satisfacción indescriptible de contemplación, como no dejaban de mirar, el maestro advirtió que era la hora de almorzar.
Del cuerpo de la venus reluciente, tomaban su alimento como animales. Entre sus dientes, el manjar, era cosa seria. Parecían más hambrientos que los lobos y todas las manadas y jaurías del mundo, sabiendo que ellos no eran corderos y que la seducción estaba justo sobre la mesa.
Cada partícula divina, contaba una historia, y hacía bromas. Cada sorbo que daban del elixir de los Dioses, más se llenaban con la inspiración de los Dioses y de la razón pura.
Las partículas divinas saciaron su apetito y sed y descansaron incontables días, en los que el sol ni se asomó, simplemente porque había desaparecido del universo conocido. El maestro se despertó y sacudió a su discípulo partícula divina verde, debo confesarte algo dijo, con toda calma.
-¿Qué ocurre maestro?
-Este no es el paraíso.
-¿De qué está usted hablando maestro?
-Mientras todos dormían, observé en uno de los espejos, que guardaba para mí y en el cual ninguno de ustedes miró, y allí se encontraba.
-¿Entonces, dónde estamos maestro?
-En la antesala del paraíso.
-¿Hay una antesala del paraíso?
-Sí, y es esta.
-Así que debe haber una puerta al paraíso. No perdamos tiempo y busquémosla.
(Continuará...)
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